jueves, 4 de julio de 2013

El autor.

Carlos Roberto Obregón: poeta, cuentista y novelista colombiano, nació en Cartagena de Indias el 15 de septiembre de 1949. De profesión abogado, en sus inicios en la ciudad Heroica trabajó en el diario El Universal y colaboró en ediciones de El Tiempo, El Espectador y la Revista Coralibe de la ciudad de Bogotá. De su autoría son los libros de poesía, Las pasiones del tiempo y La felicidad tiene rostro de mujer, así como también la novela inédita El hastío y la sombras.

EL DESDICHADO

"Here is the story of a most unfortunate Memphis man who got stranded down in old Hong Kong".
Norman Mailer.


                                                                                                                                                                                                     

Anoche oí hablar idioteces -toda la santa oscuridad-, a los policías que estaban de guardia en la estación del Olaya... No podía dormir bien, después de haberme despertado atacado por el dolor de cabeza, y al empezar a ser agredido miserableamente por la nàusea que me removìa el estòmago. Estaba todo oscuro a mi alrededor, amenazantemente oscuro, lo que me hizo entonces anhelar el esplendoroso sol de Marbella y comprender que ésa estrella con luz propia, es lo unico que en la vida me agrada y actua en mì de modo provechoso... Nunca habìa sido hasta èsa vez, amigo de lo negro, de lo oscuro; y sin embargo, negra era mi piel en  realidad y cargaba mucho hollìn en la cabeza.
Asì que, en aquellos instantes, les estuve oyendo conversar necedades durante un buen rato, en el que tontamente pensé luego en refutarles y pararles el macho... Putearlos, patearlos y embestirlos de lleno como un fiero toro de la sabana... Pero no, pensè al segundo que no podia conseguirlo en la condicion en la que me encontraba; y al final de cuentas, no logrè golpearlos corporalmente... Sòlo creo que los aticè de forma virtual.
Con el tiempo, entendì que los tombos dijeron cosas que no solo eran referentes a mi persona, sino que iban màs allà de mì, mucho màs lejos. Y entonces, me mantuve en una especie de duermevela causada por los efectos de la juma, la jaqueca que parecía querer romperme el cráneo; y por lo duro y chocante que estos individuos conversaron en su descompuesta jerga de malandrines disfrazados de autoridad... Me hallaba ademàs, como dije antes, arrollado y descompuesto por las ganas de desembuchar que me acosaban sin cesar, y me sentìa impotente..., desdichadamente castrado.
Por lo tanto, no me quedó otra opción distinta a oírles charlar y manifestar sus despropòsitos, refutàndoles eso sì, mentalmente.... Aunque la verdad sea dicha, muy poco sabían en relaciòn a mi persona esos desgraciados... casi nada. Y ello en aquellos minutos, sumado a tales malestares, me sacò la piedra de veras.… Un perro viejo envuelto en su propio y asqueroso vómito, hubiese presentado un mejor semblante que el mío.
Los polizontes -rememoro-, dialogaron al respecto de mí mala fama, de mis desdichas, de mi inmoralidad, de mis hazañas entre comillas; así como también de mis peleas aquí y fuera del país... Sobre todo, platicaron de lo bien que me fue con ése palurdo jactancioso del Facundo Urribarren en Maracay: “Nunca había visto en mi vida tanta calidad junta”, recuerdo que dijo en la madrugada el agente Coneo, un extraño mulato de nariz chata, mirada enérgica y ojos de color cobalto: ...“Facundo bajándose, pasando, cabeceando y tirando golpes; y el negro en lo suyo, sentando cátedra, ubicando el jab donde debe ser, en el rostro, para impedir asì que el rival pueda ver bien..., y continuando luego con el gancho mortífero al plexo solar... Mandando, disponiendo en el ring como ordenan los cánones”.
Los otros policìas, Menco, Mendoza y Salavarrieta, viejos conocidos mìos, mientras tanto le escuchaban idiotizados,... vièndole pendejear.
Sus voces y risotadas, estridentes y soeces a la vez, llegaban hasta mi celda con una claridad inaudita, aún a pesar del ruido que hacía el radio de la guardia en el que sonaban, alocadas guarachas de Celia Cruz y estrambóticos mambos de Pérez Prado... Y también -me consta-, en razòn a los cortos sigilos en los que accedìa a veces la vocingleria de la tomba, que semejaban a esos silencios extraños en los que a veces se incurre en el ring side, al caer patas arriba el favorito de los espectadores... ¿Se acuerdan de Panamà?... ¿La noche de Panamà cuando quedè campeon y mi rival permaneciò tendido en la lona, con la mirada extraviada, la mente ida; y a mì me declararon más campeón que nunca, al tanto que saludaba a la bestia entre el enredo de abrazos, apagados murmullos y flashes? ... ¿Recuerdan el mutismo del publico allì congregado? ¿La desazòn de los Panameños? ... Pues bien, el sigilo de los tombos en veces, era parecido a èse silencio... Asì de sombrio y expectante, igual que la mirada de un estràbico.
Perjudicialamente, yo me mantenìa tirado en el pulido y húmedo piso de cemento, de èsta rústica construcción de blocks carcomidos y tejas de eternit, respirando un hedor acre, malditamente hediondo, pensando que mis actuaciones no afectaban a los demàs; y con la cabeza que me estallaba, cuando los comencé a escuchar con atención, despuès que me recuperè un poco de la embriaguez que todavía me vapuleaba.
Los alcancè a oir hablar por lo tanto, de los clinches de Facundo y de mis cross a su mandibula, de mis upperts a los bajos vientres; y de las carajadas que ellos suponian decia el respetable de pie, delirante y embrutecido, observando los coñazos que nos dàbamos... E incurriendo como siempre en el exceso de darnos a los demàs, sin pensar en nosotros,... en nuestra salud... Ni en la familia.
... "Los muy pendejos -me dije entonces-, que están igual a los periodistas y a la gente que me conoce apenas superficialmente, y que se cree que con hablar y hablar van a arreglar las vainas de èste mundo… ¿Qué importa ya si a Candeloso le va bien o le va mal, ah?... ¿Ya que interesa?... Eso se lo han debido decir antes, cuando apenas finteaba en el gimnasio y cuando le daba al punching bag con ganas... Hace tiempo, en el momento en que tenía hambre de gloria y no esperaba el gong para salir a dar guerra entre round y round, fue la ocasion en la que debieron hablar... En la època en que no conocía lo "bueno" de las cosas malas o cuando apenas hacia innombrables peleítas provincianas, debieron haberme aconsejado... Ahí sì que les hubiera prestado atención... Ahí sì que hubiere pensado, bueno estos manes me quieren, de verdad piensan en mì y se preocupan por lo que me ocurre... Al uno empezar, está predispuesto a que los demás le enseñen... Oye, escucha todo lo que le dicen los otros, y cree ciegamente en la gente... En ése estado del desarrollo del hombre, cuando uno aún no es nadie pero quiere ser alguien, sí que está dispuesto a atender sugerencias y a reputar en los sacos de bondad, que pueda tener la raza humana dentro de su corazón… Ello debe ser -supuse en la coyuntura-, por la misma inseguridad, por la conciencia plena de que no se es nada o por la supina ignorancia de la atmósfera en la que el racional patalea y deambula... Pero ahora no -me dije luego-, ya esas apreciaciones no me interesan ni creo en ellas... Al presente, lo único que existe para mi en el hombre, es la ruindad y la maledicencia,... el egoìsmo... En el instante, yo sòlo estoy atormentado por mis pensamientos, que son como flechas ardientes que me acosan y que me seguiran perturbando hasta el final de mis putos dias".
Casi al amanecer, y desde la ultrajante penumbra en donde los veía gesticular al modo del teatro de sombras y decir además chorradas innecesarias que rebotaban hirientes en las desconchadas paredes de la edificación, hice un esfuerzo supremo y me forcé en la oportunidad, tratando de meditar seriamente en el lance en el que me desenvolvía... En mi infortunio:
... "¿Qué significa ya, me dije, si Candeloso está aquí, en éste oscuro hueco maloliente y denigrante, con la nariz excoriada de tanto oler el fuat y con la mente embotada por la marihuana que nunca le falta?".
... "¿A quien le interesa ahora esa monserga? ... ¿A quién que realmente le hubiere apreciado?".
Y de seguido, me acribillé despiadado con preguntas obcecadas:
"¿Para qué pues, personas ajenas a él vienen a decir ahora con ése falso rostro de buenas almas, lo que sienten por su estado de derrota?... ¿Lo que les duele su postración y lo que lamentan su descarriada vida?... ¿Para qué hablan, para qué guevonean al respecto si ya nada de lo que digan va a servir?"
"¡Yo sé -me expliquè màs tarde, bastante alterado y navegando aún en el sopor de la resaca-, que ya llegué al final del barranco y no preciso que nadie me lo diga!... No es necesario pues, que me impongan el martirio de semejante cantinela a cada momento... Antes por el contrario, seguir con eso lo que hace es que me empute aun màs y menos les crea."
Y a seguidas, volviéndome hacia una de las deterioradas paredes de la celda, recuerdo que agregué:
"Igual que la cacareante gallina a la que le arribó la época de la culequera, a mi no me queda ya cosa distinta que empollar los huevos de mi desgracia".
Sin duda alguna, estaba fastidiado por las críticas y burlas, e infería de mala manera el proceder de la gente... Pero comprendía asimismo que la retribución por todos mis errores y embarradas, habría de ser en aquel momento un final disparatado, oprobioso y no muy corriente... Una muerte en soledad que quizás iría a la par, con la desventurada existencia que antes había llevado... Una especie de deceso dulce y amodorrado, causado por los barbitúricos tal vez, o un fallecimiento infamante, vergonzoso, resultado de un vulgar ahorcamiento en cualquier rincón del mundo.
Inevitablemente, yo era ya uno de esos seres que había entrado sin darse cuenta, en ése estado de moralidad en el cual todo puede ocurrir simplemente, porque ya nada importa y todo le resbala a uno, haciendo a un lado las consecuencias. Y la verdad fue que, a pesar de la forma tranquila en la consideré ésa atezada perspectiva, no supe decirme en el momento, por más que lo intenté, cuál de los dos finales se complementaría mejor con mi duración vital... O cuál de ellos se acomodaría màs a mi comportamiento errado.
Pero a la larga -me sugerí desconsolado-, cualquiera de estos tèrminos ocurriría quizá, en vista de que si no hubo razones para vivir una vida honrada y de buen sentido, lo más lógico era que tampoco encontrara argumentos que me indicasen un final meritorio o al menos estimable... Algo así había oído decir alguna vez a alguien... De modo que... ¿para qué perder el tiempo en cabronadas?
...Y lo màs baladì de todo esto,... ¿para qué prestarle atención a las críticas y maledicencias de las indolentes personas de la calle, cuando éstas ya de nada servirìan?
Lo único que me quedaba en claro, en seguida de haber atendido la conversaciòn de los policías durante gran parte de la noche y hacer mis reflexiones, era la terminante e impoluta verdad que me señalaba tajantemente, que de allí en adelante ya no habría más fondo donde caer... Que no existirìa otro declive para donde más rodar; y que sòlo entonces quedarìa para mì, el vagar tontamente por entre la agitación indiscutible del mundo de las realidades, abrazado perennemente a la suerte, cualquiera que ella fuese... Otra versión de los hechos y sus consecuencias, no sería por lo tanto cosa distinta a puras habladurías, pendejadas y chácharas de seres chismosos y cizañeros, que se perderían en la ausencia absoluta e indiferente de cualquier asistencia en el tiempo.
No obstante, también era cierto -razonè al rato con reservas-, que la sinceridad y la buena intención de las exposiciones de los demás, al segundo de ser planteadas -si alguien de buen corazón quisiera emplearlas-, me podrían ser de gran beneficio... Me podrían, de golpe, socorrer... Uno nunca sabe con que le va a salir la gente y la vida misma... Y tampoco deben desecharse las eventualidades asì porque sì.
Sin embargo, lo cierto y evidente era que no sentía latir cercana ésa benévola y mística intención... Ello era en mi parecer una utopía de mi parte, una gran idealización que pretendìa desconocer absolutamente, la profunda inclinación de la naturaleza humana hacia el daño material o moral de los demàs...Quedaba pues, esperar no màs, cualquier trancazo que me deparara el destino socarròn y cruel.
Aunque tal vez -me aconsejè de igual modo-, si profundizara un poco en el análisis de ésas diatribas, o si dispusiera de un mayor detenimiento de mi parte al atenderlas, o si dejara eventualmente un tanto la animosidad que me encendía el cerebro cada vez que las oía; quizá, me repetí animado, ésas invectivas a las que creía perversas en el momento de afrontarlas, buscaran en el trasfondo de sus designios hacerme algún bien aleccionándome... ¿Por qué no?
Despuès de todo, los objetos y los fenómenos de la naturaleza, llevan siempre implícitas contradicciones internas... Situaciones de orden divergente; pues todos ellos tienen, a no dudarlo su lado positivo y su aspecto negativo. Y tambièn -me enfaticè-, alguno de esos sujetos habladores y perniciosos, podría obrar movido por el lado bueno de su corazón y no por la miserable ponzoña de la insensibilidad y la mezquindad social. De ahí entonces que en el santiamèn, pretendiera inocentemente, por enèsima ocasiòn, fijarme otra conducta y ansiara un proceder más armónico y apropiado de mi parte...¿Qué ocurrirìa si  no?
Luego entonces, me "confesaría" ante ellos, aun a sabiendas de las contingencias que entraña una confesión... Así las cosas parecerìa pues como si los seres humanos, tuviesemos necesariamente que aferrarnos a la peregrina idea, que nos obliga a recapacitar y a perdonar en la medida de lo posible, confesando asimismo nuestras culpas; y a depender igualmente de seres benèvolos que nos condujesen constantemente de la mano, con el ùnico fin de poder vivir correctamente la vida... Y en estos sujetos, me indiquè esperanzado -siempre esperanzado-, debería actuar la llamada ley de la unidad y de la lucha de contrarios; esa ley dialectica de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano, que nos indica que el desarrollo social y mortal, es imposible sin contradicciones y sin la superaciòn de esas contradicciones... La fuerte antìtesis entre la voluntad terrenal y el yo teològico, que permite llegar a la consecusiòn y disfrute de la comprensiòn de la humanidad; y por ende, de la aceptaciòn de los defectos y virtudes de cada quien, con inteligencia, compresión y buenas entrañas.
... Empero, no lleguè a un final feliz. Lastimosamente no ocurrió de èse modo... Antes por el contrario. El borde oscuro de mis visceras pudo màs en mi voluntad... E impulsado por la necesidad consciente y tantas veces reprimida de reclamar los agravios que dormitaban en mis sienes, se impuso con su hostilidad en mi determinacion.... Me llegò y se quedò el animo vindicativo. Y de ahì que la calma y el despiste que en un principio tenía, productos de la borrachera de la noche anterior, se me fueran yendo lentamente, no sè adónde, y me invadió de corrido una especie de alevosa cólera que me llevò a pensar en liosos y delirantes planteamientos... Esquivè asì pues, maquinalmente, la ternura infinita que dicen germina en el corazòn indulgente de los seres, y le di paso sin obstàculos y con marcada decisiòn, a los fucilazos del fogaje cohibido y el encono guardado.
Lo que me llevò a  estimar posteriormente, que ello era de esperarse que sucediera de èse modo, puesto que esa infausta actitud, era conforme a las reglas del resentimiento y la razón maltratada durante siglos; y de la que, la propia inclinacion de la humanidad y de los hombres en  violentar a sus congèneres y hermanos, tuvo mucho que ver en ello.
... Mi postura era entonces fundamentada, en vista de que vivía por esos días -justo es reconocerlo-, puntualmente en un mundo desesperado... Habitaba en una clase de infierno personal que no me permitía razonar y actuar de otra forma... Y de ahí que me enderezara sin remedio, en el camino màs avieso y fácil... El oscuro y malhadado sendero de la rencilla y el odio racial.
Vièndolo bien, habìa nacido y me habìa criado en una tierra propensa a la discriminación y al desdén. Dispuesta siempre a la tirantez y al desprecio. Y preparada ademàs, inalterablemente, para las pendencias y fosforros... No obstante - de modo inconsciente-, al igual que muchos de los que viven èstas pesadillas tan nefastas, luchè por evitar de cualquier forma el resquemor y la amargura, aunque con ello se chamuscaran en mi mente, encendidas alucinaciones de aversión, aborrecimiento y ojerizas heredadas.
Discurrí pues, en la congruencia, gracias a un repentino destello que estalló ante mis ojos, en mi calamitosa vida pasada y en la hagiografía de los santos y mártires de mi raza, oyendo en fastidiada correspondencia, voces malignas que marchaban delante de mi como consejeros disgregados; y meditè igualmente por largo espacio de tiempo, en aquello tan mentado de las acciones humanas y las consecuentes derivaciones de éstas... Y concluì por lo tanto, que no es necesario temer a las males, sino que es preciso descubrirlos y eliminarlos.
Precipitado en aquel enredado universo especulativo, me zambullí a la sazòn de lleno en los "por qué" de la subsistencia y en la validez de sus argumentos y gérmenes. Y ahí fue cuando, equilibrado, escuchè murmurar la noche y deduje las ponderaciones que prontamente me envalentonaron todavía màs, vislumbrando de paso en mi corazón, como el de cualquier otro mortal, cosas buenas y malas, pecados y misericordias abundantes; y risas y llantos irreprimibles, al igual que todos aquellos seres que han hecho algo malo o caritativo algún día.
Seguidamente me preguntè a manera de consuelo... ¿Sobre qué conciencia no pesa una fechoría?... ¿Què alma terrenal es tan intachable, que no resguarda su rostro en el arrepentimiento? ...Y ocurriò que supe de lleno, que cualquier humano es poseedor de una maldad y que hay caminos de perdòn al final de nuestra condena terrenal... De nuestro rumbo de pequeñez, de ruindad y de aflicciòn; y que debemos tambièn superarnos, venciendo esas estragos... Por eso, no mucho tiempo despuès, queriendo ser Némesis de mi descalabrada suerte y de la desventura de mis ancestros, deseé entonces con firmeza, dármelas de vengador de injurias personales y reparador de afrentas sociales.
... ¡No era justo que se hablara tan mal de mi y de mi avasallado linaje, sin un apoyo justiciero!... ¡Sin una explanación detallada, científica e histórica que lo justificara todo!  ... La etnia de los negros -me dije-, sobre todo la de los negros sometidos a la estulticia y al rigorismo inicuo de ciertos países gobernados por los líderes y accidentes màs abyectos, merecía sin duda una mejor intelección y un preferible examen que la rescatara del descrédito en el que se encontraba.
Por eso, estando todavía en el piso humedecido y obstinado en llevarles la contraria a los policías que oía perorar -puesto que no podía enfrentarme a ellos materialmente-, me expuse de inmediato, bastante obnubilado y "dirigiéndome" a ellos... "No piensen, maricones, que voy a cambiar asì no màs por el sòlo efecto de un abracadabra misterioso, ni porque ustedes hablen y hablen hasta el cansancio... No crean que por el romántico hecho de encontrarme en mi camino un trébol de cuatro hojas, se va a arreglar la cartilla de mi conducta en un tronar de dedos y mi vida va a ser entonces un sueño de hadas... Ni lo sueñen... Árbol que nace torcido, a lo mejor muere todavía màs enroscado".
Luego, absurdamente furioso, "les señalé" asimismo:
"No obstante, no me van a ablandar con sus habladurías,... digan lo que digan... He sido y soy el que debo ser, y unas simples palabras no me van a transmutar al igual que un metal licuado... No puedo ser otro humano de improviso, ni espero que otros me cambien mediante un conjuro... A no ser, claro està, que en razón al hecho emotivo de que se me aparezca de improviso un ángel de esos que Dios nos pone en el camino, se me enderece el entuerto... Mas entiéndanlo bien de una vez y para siempre... No me estimo mejor que un descuidero de los muelles, ni me considero peor que cualquier sacerdote mentiroso y pedófilo, ataviado con sagradas vestimentas... Soy, simplemente, el fruto de mi desarrollo anímico, la recompensa de mi encuentro con las circunstancias y el corolario de mis insensatas acciones".

                                                                              ****
... Como La Motta o Baer -esos dos gañanes blancos-, voy de frente al igual que un tren descarrilado; y si he de hundirme en cualquier forma, maricones, ha de ser como los viejos barcos que naufragan con las luces encendidas... En èste aspecto, no me miento ni pretendo inventarles cuento a los demàs.
Candeloso Manyoma -a pesar de sus desgracias-, en todo caso siempre va a dar la cara y a expresar sus emociones como son... Pase lo que pase y ocurra lo que ocurra... Porque claro està que a nadie me le corro ni me le he corrido antes... Ni me preocupo por ocultar mis faltas que son muchas, a la gente que sòlo habla por hablar y que critica y lacera sin mirarse a si misma.
Mi sangre, indàguenlo bien, es la misma sangre de Josè Leonardo Chirino, de Mackandal y Benkos Bioho... Linfa pura de negros mandingas y bijagos, que no reconocen grilletes ni aceptan sometimientos. Ni mucho menos adulan para sobrevivir en èste universo de resueltos falsarios e hipócritas mamasantas.
No me interesa pues, cubrirme con simuladas excusas a la manera de otros, ni mucho menos presentar razones que no existen; ya que, aunque surgido de la oscuridad y analfabeta y brusco como me aprecio --no obstante ser hombre de duras experiencias que enseñan màs que la teorìa misma-, no por ello he de ser un tartufo màs en éste mundo de tràpalas y apariencias."
Dicho esto con cierta amargura, me hundì fugaz en el silencio y quise recogerme y dormir de nuevo, a pesar de mis males; pero lo que atendì màs tarde por parte de ellos, me encabritò otra vez.
- Lo agarramos dàndose trompadas en plena calle con otros tipos, borrachos igual que èl-. Alcancè a escuchar que decía uno de los policìas, al que no pude distinguir en el momento.
-Èse negro no cambia-. Le contestò otro que tampoco pude saber quien fue, debido al ruido que hacìa la radio que estaba cercana al vestìbulo... Y se rieron entonces duro, a la manera de las guacharacas en el campo abierto, burlàndose de mì.
Todavía no había abandonado completamente las nebulosas de la narcosis y el alcohol; pero a sabiendas de lo que hacía, les menté la madre con una furia dura y homicida; una especie de ira feroz y sanguinolenta, más dura y criminal que una puñalada en el higado.
Sin embargo, ellos volvieron a reírse aún más fuerte, despreocupados y vulgares, asquerosos; y el agente Menco dejò despuès restallar abiertamente el hiriente làtigo de su lengua:
-Si pelearas en la vida como lo hiciste en el ring y lo haces hoy en la calle, a lo mejor no estarìas aquì, cabròn-. Fue el aliento que me llegò en aquel momento desde afuera, revestido de desprecio y empapado de maldad y sorna. Y a continuaciòn, con el mejor mètodo kantiano del que se pueda disponer, al unìsono, censuraron en alta voz mis pautas... Tambièn me expusieron como paradigma de lo que no debe ser nunca un ser humano... Un inmoral.
Pero yo, harto ya de tantas pendejadas, no les presté mucha atención esa vez... Les había mentado la madre -ideè-, y eso me dejaba un tanto satisfecho... Asì que en tal caso, me levantè tanteando en la oscuridad tras de la lata que hacìa de bacìn de los orines, y andando, les "advertì" con la voz quebrantada, mientras me hacìa a la tan necesitada bacinica:
"Mi ìndole, pendejos, a fin de que dejen la chàchara, es ni màs ni menos como mi estilo de boxear, en el que no hay ni una sola estela de compasiòn para otros ni para mi; puesto que combato en la vida sin misericordia ni clemencia... Y en ella, sepànlo bien, no hay regreso convenido".
Dicha èsa pasajera y extraña "exteriorizaciòn", me detuve unos segundos y se me diò entonces por mirar hacìa fuera, a travès de la enrejada ventana y en direcciòn a la negra noche de la que guindaba soberana, una bella luna de estìo... Preciosa luna llena que por supuesto, me llenò de nostalgia y me hizo sentir como desorientado en la oscuridad reinante del cubìculo, al imaginarme igualmente, en còmo deberìan ser las noches luminosas del noroeste del África, al descender sus reflejos amorosos sobre las dulces aguas de las cascadas Gouina, en el rìo Senegal; y en còmo serìan los bronceados atardeceres en las faldas luminosas del Kilimanjaro, con el fondo nevado del Kibo en la distancia.
Seguidamente, reponièndome de la morriña, continuè en mi imaginaria disputa con los representantes de la ley que, en la delegaciòn, despotricaban a voz en cuello en mi contra... ¿Què màs podìa hacer, si estaba preso y mareado? ... ¿Jodido?
"Como fue mi estilo de boxear -les señalè entonces altanero, galopando sobre la adrenalina-, en el que primero despistaba a los rivales desplazàndome con mañas por el cuadrilátero, desgastàndoles, cortàndoles las cejas con el jab, ablàndandoles el hígado y las costillas con ganchos y uppercuts; y despuès si, al verlos en las ùltimas, les acribillaba sin piedad a punta de cross y golpes bajos, usàndo para ello la malditidad y la dinàmica del fajador callejero; asì es tambièn mi existencia ahora, tontarrones".
Y aùn màs desdeñoso, se me diò luego por hacer un sìmil retorcido y me afirmè cìnicamente:
"De igual modo me gusta engañar a la gente, lo acepto... Tal y como engañè a mis rivales en las cuerdas... Y lo hago entonces sin reato de conciencia, porque las personas de igual forma me han engañado permanentemente... Me agrada asimismo insultarles y golpearles dàndomelas de ebrio, porque en la misma hechura, la existencia a travès de ellos me ha insultado y me ha golpeado bellacamente... Y me regocija sobre todo mentir e irme por el camino fàcil, porque en este universo de falsedades de nada vale ser derecho... No por algo, caballeros -al igual que muchos otros fajadores-, vengo de las sucias barriadas y la miseria, en donde no todo el mundo tiene doncellez en su alma, ni muestra castidad en su comportamiento, ni candor en sus acciones... Ni procede siempre de buena forma."
Se me nublò a la sazòn la mente unos minutos, al decir lo que dije... Pero de seguido, continuè con el irreal ataque..."Es mi comportamiento señores -què culpa-, el procedimiento tortuoso e incomprensible para ustedes... La misma tàctica que usè en el ring... Mi hàbito de subsistencia... mi proceder... En el que no hay, lo acepto, filosofìa moral ni integridad posible en mi actuaciòn ante el rival y el resto de la humanidad... Y en el que concurre de igual manera, la llamada diferencia de la que muchos alardean... El nombrado y renombrado estilo.
Porque el estilo, maricones -decìa Petronio de Massalia-, es el que manda la parada en el obrar y en el boxear... Ya que èste, el tan mentado gusto, luego de ser adquirido no se cambia nunca... Puesto que asì naciste o asì te forjaron... Y de igual manera te ejercitaron... Y lo màs seguro es que de la misma forma te sepulten... Lo que me lleva por lo tanto a desplazarme por la vida, a toda velocidad, sin tener en cuenta lo que me advierten el entendimiento y el corazòn; y lo que me conduce, pendejos, a que me mueva en la realidad con el olfato elemental de las bestias que no evaluan ni definen sus acciones.
... De ahì entonces que en mi rostro de negro pendenciero, correteado por las zozobras, exponga luego las huellas del accionar desmañado y equivocado de mi mal andar... ¿Què falta cometo pues, malnacidos, si me llevan del hocico la fatalidad y la desdicha,... y ellas siempre ha sido en la lucha de los hombres, elementos predominantes en la gloria o el descalabro?
... Y para aquellos que juzgan mi instinto de trompeador callejero... mi tendencia natural... Eso que muchos llaman hàbito aplicado y criminal -en aquel tiempo y ahora-, les digo que èste no surgiò de improviso ni vino solo... Porque èse mecanismo innato brotò acompañado de la inquina de mi raza, y manò del mismo lugar en el que los otros fajadores de la subsistencia lo agarraron: floreciò por asì decirlo, inconmovible, en las calles de mi pueblo y en el dolor de los fracasos... En el averno de las tristezas a la sazòn sentidas, en los desengaños y penurias sufridas; y fundamentalmente, de las imágenes que aùn conservo de hazañosos maestros del ensogado, como Rossito y Elìas Lìan... Mis preceptores y guìas... Los espejos en los que me vì reflejado... Esos seres oscuros y perdidos en la noche de los tiempos, de los que sin duda sustraje la conducta que me enseñó a cuidar de mí mismo y a defenderme de los demás hombres".
Callè entonces escrutando en la noche oscura, aliviada por la luna làctica, pero enseguida, tomando impulso, volví al ataque:
"...Y la que para ustedes señores, es mi agreste manera de ser, mi atarvanerìa,... es para mí ni màs ni menos, una simple copia al carbón de lo que fuè mi montaraz boxeo en los cuadrilàteros: mi mentado y bravìo derrotero de victorias y derrotas, que unido a los malos pasos que ya todos conocen, me permitió masticarme a mis rivales como ahora me devoro la vida... Con hambre vieja de niño nacido y no deseado, sediento y falto de techo... Y con la misma rancia y loca apetencia de los empeños frustrados".
Más tarde, hablando para mì con un leve rumor balbuciente, recuerdo que dije:
"Asimismo acato que es cierto, que perdì el norte en alocadas circunstancias y que bebí y fumé -y lo sigo haciendo-, con ansias descabelladas e infinitas; porque antiguamente no podìa hacerlo y la compulsiòn me impulsaba a intentarlo sin lograrlo; ya que por esos dìas no disponìa de medios para realizar lo que en èse entonces querìa y llamaba mi atenciòn... Y pienso que en idéntica manera, olì y huelo el fuat y me trabo tambièn como cualquier tonto del estrato cinco, por pusilànime y gaznàpiro... Por creer en ilusiones y paraísos artificiales; y por concentrarme en salidas fàciles que sin lugar a dudas, distraen la tragedia del humano.
... Como de igual modo me engullì a las jevas que encontrè en el camino -semejante a Amenofis III o a Salomòn-, por mero desquite con la vida de anacoreta que precedentemente llevè y sufrì... La miserable vida que antiguamente me arropò y me llenò de asfixias, dejàndome ardido en un chispero de deseos y en una llameante hoguera de espejismos.
Lo que asimismo me indujo -lo reconozco-, con mayor razòn, a anhelar a las esquivas rubias... Puesto que pienso que precedentemente, en mis años de pobreza, sòlo las veìa posar en bolas en las películas de Hollywood y en las afamadas revistas de Hugh Hefner... Ahì no màs, desde lejos, mostràndome desvergonzadamente sus delicias sexuales las muy sinvergüenzas; y exhibiendo ante mis ojos los deleites que no eran para mì, pero que en igual forma turbaban mi enmarañada mente... Y me tocaba luego, por purita obligaciòn, quedarme ùnicamente con las ganas de entrarles y lamerlas todas... Deseàndolas, ansiàndolas desde la dura realidad, e ideàndome sus caricias en la inexistencia... O practicando con sus irreverentes y gustosas imágenes, el atribulado pecado de Onàn... ¡Al igual que un menso!
Sin embargo, vean ustedes cuàn paradòjica y cruel es la existencia, sabihondos... Miren cuàn tenaz es su mordedura… Ya que ahora, al ir de bajada, resulta que la tan catequista comunidad nuestra, esta sociedad insensible en la que nacì y me levantè; y que en el momento critica pomposamente mi deterioro psìquico, por los dispares y algunas veces desorbitados rumores esparcidos, con motivo de mi anòmalo comportamiento, no recuerda que antes, cuando relucía mi gloria, ella misma no me permitió nunca ser de otra forma... Ni me dejò tiempo para pensar, que había diferentes ejecutorias en la vida, distintas a vivir siempre de juerga.
... Yo no me exaspero entonces, precisamente, impulsado por el sentimiento del encono,... no. Lo digo asì, simplemente, porque antaño jamás tuve de ella un cabrestante que me alejara del vicio y me elevara a otros menesteres... De ningún modo oí una dulce y beata voz en mis oídos, que me indicara el camino del bien y las querencias sanas... Por el contrario... En el pasado reciente, todo a mi alrededor fue carnaval y permisiòn... Instigaciòn y placeres desbocados... Locura aquì y desastre allà... Desenfreno siempre.
Y de ahí pues, que las aciagas peripecias en las que me he visto envuelto, sean para mí cosas ordinarias, normales... Sencillos elementos del devenir y por consiguiente, el resultado de mi urdimbre genética y de mis ambientes naturales... De mis circunstancias".
Luego de lo "expresado", me hallè en el momento algo aliviado y complacido; ya que les habìa llevado la contraria y les había mentado olímpicamente la madre sin derecho a refutarme... Me les habìa "enfrentado" de tù a tù.
... Pero todo èse "alegato" -lo supe con el correr de las horas-, se inclinarìa con el paso del tiempo a quedar suspendido en la simple intenciòn y en el encierro inexorable... En el apòlogo irreal, inmaterial y triste en el que hoy conceptuò mi vida... Pues està visto que para mis males, el mundo actual no tiene cura.

                                                                      ***
Al menos, en la oportunidad en la que finalmente he aprendido a juzgarme sin la ayuda de otros -quiero decir, con criterio propio-, y dejando de sentir èse descuartizamiento integral que antes palpaba, fruto del choche frontal del raciocinio con las emociones; los agentes de la policía a diferencia de los periodistas y las personas de la calle, no se han concentrado solamente en èsas particularidades tan intrìnsecas de los seres humanos, y se sostienen más que todo en lo poco estable y gaseoso de lo competitivo..., en lo que debe ser: “Lo mejor fue la tunda que le pegó a Ishiro Tanaka”, sostuvo Mendoza -a quien despuès de un buen rato le reconocì por su voz de barìtono-, el policía que me quitó las esposas ayer en la tarde, cuando me trajeron detenido, luego de la pelotera en la Marina... "A èse le diò hasta con el balde", le reconociò entonces el agente Menco, dando un fuerte y cerril puñetazo en uno de los escritorios de metal de la recepciòn... "En èsa pelea si entrenò a fondo en el gimnasio y corriò buenos kilómetros", apreciò segundos despuès Coneo.
Salavarrieta y Menco, por su lado, aprobaron entonces lo afirmado por Coneo con un sonoro "aja", que se extraviò sin remedio en el inquietante àmbito de la estaciòn. Mas sin embargo, a ellos también los veo desfasados y vacíos; sobre todo en èste momento en el que trato de ser alguièn original y no una sombra de lo que la gente espera que yo sea... Y eso me lo demostrò Salavarrieta cuando, muy sabihondo èl, les recordò a los demàs: "Pero con el negro King no pudo... Ahì la vaina fue al revés".
En aquel tiempo, me removì en el piso contrariado y pensè... "a èste cabròn deberìan ponerle un enema bien grande para que le duela el culo mucho rato y deje de hablar tanta guevonada".
¿Qué van a saber ellos nada de eso, si nunca han boxeado y no estaban cerca de mi èsa vez?- me dije luego... ¿Qué van a hablar de la pelea en la que perdí el campeonato?... ¿Què van a conocer de las intimidades de èsa confrontaciòn, si muchas de las cosas que ocurrieron alrededor de mi en aquella noche, quedaron guardadas como siempre en los camerinos?
Porque en el boxeo, al igual que en las demàs situaciones de la vida, lo que pasa en el combate se queda allì, en el ring, en las cuerdas, bien guardadito y olièndo a puto linimento.
 ... “Peleó coleto, eso lo dice todo el mundo... Si hubiera estado bien en la pelea se come al negro King”, sostuvo de nuevo Salavarrieta, al parecer haciendo fintas y tirando jabs al aire, como si en verdad peleara con alguien; ya que pujaba como un buey cansado, lanzando golpes al vacío y resoplando, mientras les indicaba a los otros lo que èl creìa que habìa ocurrido en el match...  El resto de agentes lo animaba con su malditidad provinciana, a gritos y con sandunga, de manera ridicula.
"Habladurìas, pendejadas, puras mariconadas sin fundamento", discurrì entonces incòmodo.
¡Se come al negro! ... Los muy cabrones... Cómo si hubieran peleado por mí en la ocasiòn... Como si de veras hubiesen estado al tanto de lo que me pasaba... ¡Estaba que ardía èsa vez, coño! ... Se lo dije a Fernández, el manejador... se lo advertì: “¡Eche!, que no puedo ni levantar los brazos, qué tú quieres que yo haga, ¡ah!”
Mas para nada me sirvió... ¡Ya no habìa tiempo de llorar! ... Me tiraron de todos modos al foso de los leones, sin importarles para nada mi condición de Champ; sin interesarles mi esencia de ser humano, deslavazado e infortunado.
Tenían rabia, mucha rabia conmigo..., lo sè. Lo único bueno que habían ostentado en Venezuela era Marcano... Eso se conocìa de sobra… Y se los tumbé, me lo papiè... De ahí que me guardaran bronca… Por eso, y porque yo me les crecí y me les salí de la férula yèndome de sus dominios, me cargaban tirria... Ellos, Ramìrez y Fernández, querían que a mí me fuera mal en las ùltimas peleas… No entendì el por què en aquel tiempo ni mucho despuès, pero lo querìan: “Anda Candelo, que tú ganas”, me dijo Ramìrez el entrenador el dìa de la pelea con King, afincado en meditadas y melifluas palabras que buscaban engañarme; miràndome fijamente con sus ojos grandes y oscuros de los que brotaban lucecitas de contento y acicalàndose el bigote negro y grueso que se jalaba…Y yo se lo creí.
¡Guevón que es úno!... ¡A quien le iba a ganar yo ésa noche si no podía ni con mi alma, ¡ah!
Pero claro, arrojándome a la olla de agua caliente, tirándome de cabeza por la cuesta, empezaban a castigarme dizque por problemático.
¡Problemàtico yo! ... ¡Las guevas!
Candeloso siempre fue un negro bueno, un bacán y un pobre idiota a la vez... Hasta  que comenzó a desobedecer y a querer hacer todas las cosas que hacen los ricos y famosos... Y los que se alebrestan... Ahí no màs pasè a ser malo de un dìa para el otro... No sòlo para ellos, sino tambièn para los periodistas, los empresarios y el resto de la gente que no se da el trabajo de averiguar a fondo las eventualidades, y repiten como loros lo que otros exponen... Èsa fue mi perdiciòn... Así sucede siempre con los canijos que se levantan de la noche a la mañana.
... Tenían envidia y hartura de mí, de Candeloso, del pobre negro ignorante que se los había golpeado a todos y que ahora se le daba por chupar y soplar... Por vestir a la moda y por querer olerle el coño a las rubitas que nunca antes habìa tenido... Se resentìan al verme pasar en las màquinas en las que me desplazaba con las nenas por el Malecòn... Apetecìan los aplausos de mi gente cuando se me daba por chicanear en el Hotel Holliday Inn; y jugaba los dolores que jugaba en el casino de Las Vegas... Se dolìan y me guardaban bronca, esperando su tiempo los muy ladinos... Esperàndo con paciencia, igual que los gatos.
¡Hasta que èse tiempo les llegò! ... Y ahì mero se desbocaron, se les diò entonces por hacer de jueces morales de mi persona: ... ¡Ah!, dijeron al unìsono: "el negro si que es corrompido y malvado... Es un vicioso, un mala leche y un perdido".
... Pero nada, no es asì... Esos son meros juicios infundados en los que no se descubre la nervadura de los mismos... Ideas traìdas de los cabellos, sin historia patria ni memoria antigua, men… ¡Nadie sabe con la fiebre que otro vive!
Y ya ven entonces que, cuando yo soplo perico... ahí mismo soy ruin, vil y qué sé yo qué más… Freud también la metía, hermano, pero a él se perdonò todo... Èl era un científico, un genio el tipo... Y cuando yo fumo hierba, ¡uy!, que mierda mano, qué porquería... Pero cuando la humeaba Gonzalo Arango, entonces si, qué nota brother, qué poesía, qué pensamiento tan sistémico, vale.
¡Hipòcritas!... Gente falsa y de doble moral... Amañados generadores de ganancias, como Fernández y Ramìrez, a los que sòlo les interesè cuando les producìa los dòlares que satisfacìan sus necesidades  bàsicas y sus enredados caprichos.
... No les importó mi debilidad, èsa es la verdad: me echaron al hueco por unos cuantos verdes diciéndome: “Tranquilo Candelo, que es cuestión de estarte ahì afuera no màs, tirando el jab, directos y ganchos largos, como tú sabes hacerlo”.
¡Tiràndo el jab,... guevones!... ¡Lanzando directos,... lameculos!
No pude, es la verdad... ¿Cómo iba a poder hacerlo si la fiebre no me había dejado fuerzas para nada y los pulmones ya no me succionaban aire? ... ¿ Còmo lo iba a hacer si ya no tenìa el mismo cimbreo de antes en las venas y los jodidos nudillos de las manos me sangraban y dolìan? ... ¿Còmo hacerlo si el corazòn ya estaba raìdo... viejo y maltratado?
¡Era como pedirle al olmo que diera peras... estando ademàs el tronco podrido!
Èsa vez, cuando caí a la lona y luego me puse de rodillas, sentì ahì mismo que se había caído también mi gloria, mi edèn... El dulce encanto que me habían dado con sus derrotas, hombres de verdad como Pep Robles y Kanata… Como Sanchez y Wilfredo Beltràn... Lo supe de inmediato.
Y a la sazòn lo confirmè tristemente: todo lo bueno que uno hace en ésta puta vida, no le alcanza para compensar el fracaso ni los malos ratos del mañana... Ademàs, eso no es sòlo cuestiòn de presentir, ni de oler..., es asunto de vivir hermano.
... Pero no era necesario venir a parar aquí, a éste calabozo oscuro y sucio, a escucharlo de boca de unos tontos policías, que en el punto parecen mear perfume en lugar de puto àcido ùrico.
... Payasos de porquerìa, eso son estos cabrones... Alharacosos del carajo que no aceptan que, para cualquiera, es mejor romperse el cuello de una sola vez, que temer a cada rato estar rompièndoselo.

                                                                                 ***
Los tombos -màs que nada Salavarrieta y Coneo-, con el discurrir de las horas dejaron a un lado los aspectos meramente deportivos y se les diò a la sazòn por entrar tambièn en la maledicencia, en el chisme maltratador... Comentaron que, "con esta ya van veinte veces que lo pillan tocao"... Y se establecieron en que de nuevo me habìan traído borracho y drogado, luego de haber protagonizado escándalos en la vía publica… “Ni siquiera le importa pasearse por el mercado pùblico, borracho y en cueros -explicó Salavarrieta-, lo oí por la  radio ayer”.
Coneo por lo tanto, interesado en grado sumo le apoyò en el segundo con un tono de voz venenoso... Dijo. “Es verdad, yo también lo escuché”.
A Menco y a Mendoza no les oì decir nada esta vez... Debieron estar dormidos a esas horas; pero al igual, si hubieran estado despiertos habrìan convenido, puesto que desde la misma medianoche habìan participado con semejanza de hambre en el banquete.
Sin embargo, no voy con ellos... No estoy de acuerdo.
¡A quien no le va a importar, ¡ah!... ¿A quien no le va a preocupar andar en cueros por ahí, mostrando ésta negrura tan larga y nervuda? ... Ellos creen que a mi no me da pena esas vainas que hago borracho... ¡A mi sí me da vergüenza!... Lo que pasa es que no puedo controlarme, se me hace difícil el hacerlo y me dejo llevar entonces por la enajenaciòn... Puede màs mi desequilibrio interior, mi indisposiciòn, que la voluntad de niño bueno y sano que desea lo contrario, mientras me acecha la inmensidad del mundo.
Pero claro, la gente no lo sabe... Seguramente piensan como yo pensaba antes, cuando veìa actuar a Felo, el ratero de mi pueblo, que a ése  man no le concernía nada de lo que dijeran de èl... Yo tambièn lo criticaba y le molestaba dicièndole, " Felo, corrìgete Cundunga, corrìgete"... Y èl sòlo se reìa a placer, pelando graciosamente esos grandes dientes, parejos y blancos que se mandaba.
Mas en la actualidad lo entiendo: así somos todos los seres humanos cuando vivimos cautivos en el corazón de las tinieblas... Claro que él también ayudaba, no lo puedo negar: “A mí me importa un cierzo que me metan preso -decìa el hombre a cada momento-... A la final, la gente lo único que hace es joder y nadie auxilia”.
... ¡Ah! ... ¿Qué tal ese verso?
Y de pronto -no màs de pronto ¡eh!-, de èl aprendì que así debería ser Candeloso... Me convendría, me dije hace ya varias añadas, hacer de paso lo que se me pegue la jodida gana; y luego si, quedarme tranquilo como si nada... Sin remordimientos ni pesares y cantar la cancion aquella que dice ... ¡Borracho no vale... no señor, borracho no vale!
Pero no, ya ven que no... Yo no puedo hacer eso así como así, estando bueno y sano... Yo sólo lo hago cuando estoy pasado de maracas... Como ayer, cuando me trajeron a ésta galera despreciable, lóbrega y apestosa a orines y con mucha gente trabada a mí alrededor.
“Se gastó la plata... se fregó”. Comentaron de nuevo los tombos majaderos, imitando a los periodistas que nada saben y que lo distorsionan todo, tal y como afirmara Alì en Kinshasa.
¿Y eso qué? ... ¿Cuàntos no se la han gastado?
Caraballo y Panamà Al Brown hicieron lo mismo... ¿Y a mí que?... ¿Era de ellos la marmaja o no?... ¿No me vengan a decir ahora que lo dicen por compasión o altruìsmo?...  ¡Lo dicen por fastidiar! ... Por tener algo que garlar... Por no tener la boca cerrada un instante ni disponer de otra cosa què hacer... Así es de falsa y corrompida la humanidad…Mirando siempre la paja en el ojo ajeno y no la viga en el ojo propio.
... Y de pronto, cuando ellos màs hablaban de mis desgracias personales, casi al florecer del nuevo dìa; fue cuando pensè que en realidad, jamás creì que llegaría a ser tan importante como para que unos policías de la divina caca, se la hubieran pasado casi toda la noche hablando de mí... Y la verdad fue que ahì sentì, a la par, vergüenza de la importancia que le daba la gente a mis acciones.
¡Yo no quise ser significativo, men, lo juro... Jamás busqué ser célebre... Yo solo pretendí pelear para salir de mi condiciòn de indigente! ... Porque es verdad eso que dicen por ahì, que " màs vale ser rico que ser pobre" ... Quién sostiene lo contrario, ¡ah!
A Candeloso, men, se le dio por boxear sólo para ganarse unos pesos de  más, ya que la plata que ganaba embolando en su pueblo no le alcanzaba para vivir dignamente... Por eso no más... Quièn diga lo contrario miente, como una vulgar lora... Y cuando comencè a triunfar fue cuando perdì la cabeza, los modales y el buen juicio.
Anterior a mis èxitos, nadie sabìa nada de mi, ni de mi madre, ni mucho menos de mis borracheras... Pero cuando la vida me cambio, empecè a razonar distinto..., a pensar de mala forma y comencè entonces a andar por el filo del despeñadero:
"Ahora soy un hombre cèlebre –pensè en èse entonces-, y de ahì que la gente crea que no debo beber, ni pueda fumar, ni deba pegar un grito parrandero cada vez que me alegre, ni que pueda darme de trompadas con cualquier carajo que me ofenda a la vieja en la calle"... Y de seguido, se me diò por el agrado en los excesos, y me entreguè sin saberlo a la debilidad.
Pero en serio,... si yo hubiera sabido todo esto que me sucede ahorita, a lo mejor me cabreo... No hubiera pasado por nada de lo que hoy me acontece... No se me hubiera ocurrido tener tantas mujeres, ni tampoco se me hubiera dado por tener la locura de los carros finos... ¡No hubiera conocido nunca un casino, ni un hotel de cinco estrellas, ni me hubiera cogido las putas de dorados cabellos que me cogí en Beverly Hills!
Sin embargo, no sospechaba siquiera que esto podía ocurrir... Nadie me previno... Ni me regañò, ni me aconsejò... Todos querían hacer lo mismo que yo: fumar, beber, tirar y soplar... Y me buscaban porque yo tenìa los verdes, claro.
Y en la actualidad me vienen con esta comedia..., ¿ah, que tal?
No obstante, ya para que dijo el que estaba preso, no hay caso... Ahorita, cuando comprendo mis limitaciones y acepto que soy un hombre de sangre espesa que se ha buscado lo que le atormenta, no tengo ya ganas de venganza ni me mueven deseos de reivindicaciòn... Se me escurriò de pronto el coraje de Kunta Kinte que me llegò hace apenas unas horas...
Hoy, de golpe siento que soy un hombre diferente: un sujeto frío y obediente, al que el mundo entero le importa un comino... Un tipo que fue, poco a poco, sacando de su alma los pedazos de humanidad que aùn le quedaban; y que de paso se ha abandonado a los desastres.
Los humanos, en fin de cuentas, no somos màs que una bolsa de cuero rellena de tripas y grasa, que algùn dìa va a reventar.
Y digo esto porque, actualmente, solo y desahuciado por la sociedad ulcerante en la que he vivido invariablemente, es cuando encuentro que da lo mismo pelear por uno y los demàs, que ser desdeñoso consigo mismo y con los otros...
A la larga, ya que el hombre no puede cumplir con lo que sueña, confiemos en Dios entonces... No vale la pena men, desgastarse en lamentos y rabietas... Ni en sollozos lastimeros.
***
... En el instante que corre, siento que soy un hombre que està a punto de reventar como un globo... Ya perdì la idea de ser el dueño de mi vida y estoy ademàs, abrumado por la verguenza... Una verguenza superior a mis dudas y a mis pesares... Dejè de soñar entonces con ser el arquitecto de mi propio destino... Y por ello pienso que es mejor en tal caso, como afirma el proverbio àrabe, sentarme en la puerta de mi casa y esperar a ver pasar los rivales muertos, y lo que venga con ellos... Después de todo, está bien dicho…”El hombre aprende de los hombres a hablar, pero de los dioses aprende a callar”.
... Los policías, entiendo, se quedaron callados como a las cinco de la madrugada... Hace sòlo unos minutos... Al presente, deben estar arrellanados en las bancas de madera, cansados de tanto hablar e incordiar... Exhaustos y adormitados por la vigilia... Deben estar igualmente ilusionados con algo teniendo a Dios como testigo, mientras les llega la hora de tomar decisiones en sus vidas,  lo mismo que el gato roñoso éste que se metió por la ventana del calabozo a la  medianoche, y que en estos minutos duerme a mis pies esperando quizà a que vuelvan a aparecer los ratones, sucios y grises, de ojos pequeños y estuosos que creo haber visto en medio de mi moña, para empezar o no la cacería otra vez.
Así es... Ya se fastidiaron de hablar los tombos, como creo se cansará la gente de hablar de Candeloso... Como se va a fatigar la prensa escrita y la radio... Como se va a hartar medio mundo, algún día, de hablar mal del otro medio  mundo.
... Voy a ver pues, si puedo dormir... Porque me la he pasado escuchando y "peleando" tontamente con los pendejos estos desde el temprano amanecer... Insomne, comiendo techo, como dicen por ahí..., guevoneando... Intentarè si puedo, hacer lo que ha hecho antes el gato.
Y voy en tal caso a permitir que las horas corran... Voy a dejar que camine y me resbale todo… Hasta la misma vida. Y procurarè aislarme en mi derrota, desentendièndome de la humanidad indolente... Porque nada me va a importar de aquí en adelante; ya que lo ha sido ésta pelea mía con la existencia, si fue verdad que la perdí.
Ni hablar, men... el cuello ya està roto.

EL PADRE

El Padre.

                                                                                                          "Hay veces en las que un hombre tiene que luchar tanto por la vida, que no tiene tiempo de vivirla".
                                                                                                                                                                                                                                           Charles Bukowski.

Era un hombre viejo y baldado, casi borroso; que a pesar de sus años y fracasos, de sus tantos descalabros y privaciones, no cejó nunca en el empeño interior de ser alguien sólido algún día: una especie de sujeto acertado, triunfante y celebrado... De esos que ahora llaman, "vencedores".
Y si bien había estudiado poco, jamás dejò de recoger aquí o allá, algún discernir utilitario con el que tropezara en su andar... De igual forma, invariablemente tenía una tibia excusa a la mano, con la que darle paz a su inquieta alma cada vez que fracasaba en algo:
"Si no puedo hacerlo yo, lo harán mis hijos", decía siendo ya un vejestorio, sobreponiéndose al temor consciente de no lograr él mismo sus objetivos; y venciendo además, por anticipado, a la agonía del desastre que intuía sin proponérselo... Era esa siempre, una ancha capa con la que, en veces, cubria su vergüenza.
Mas sin embargo, en la realidad de los tiempos, era sólo una persona de rostro maltratado por los vientos y el sol; un varón de torso enclenque y huesudo, más que canijo, de piernas delgadas y brazos largos ya vencidos por la edad,... secos y escurridos. Un provecto y endeble tipejo, de extremidades manchadas casi que absolutamente por la "pitiriasis versicolor"... De piel arrugada, blandengue, casi muerta... Otro humano más, dueño de un corazón herido por mil dolores y magullado por un montón de penas.
Su mirada y su pensamiento -ambos sometidos por la existencia, mansos y ultrajados-, se abandonaban en el espacio etéreo sin amparo, con sólo escuchar el sonido gangoso de un destartalado Ford del 56, o mientras se extasiaba advirtiendo a su mujer rayar el coco que traían las negras palenqueras a la morada, en las grandes canastas de aluminio cargadas de frutas, atiborradas de aromas… y bacantes en gusto.
La respiración, salmodiante y terrosa, y un silbido casi inaudible que le acompañaba desde hacía unos años, le precedían constantemente...Y a muchos les parecía entonces un tipo malogrado. Una criatura agonizante y perdida, como muchas de ésas que caminan por la vida, bamboleantes y estranguladas... Y acosadas en igual forma por el infortunio.
Pero se mantenía "alegre" y dicharachero, aún a pesar de los maltratos e inconvenientes; y transitaba por el mundo todavía despierto y aguzado en las calamidades... Al menos externamente, el hombre, muy empeñado él, simulaba sin dificultad, fingía a la perfección que gozaba de envidiable salud y buena vida... Y mostraba a todos una falsa sonrisa en la que se podía adivinar subrepticiamente, el dolor sujetado sin medios para hacerlo... ¡Aunque a veces era en verdad chispeante como una bujía, y sonreía como lo hace el sol del mediodía en el Caribe!
No obstante su endeblez, reconocía sinceramente para si que antes, durante la juventud, había sido ágil y sonoro como un par de maracas... Que había tenido mujeres, hermosas mujeres según él; y había bebido y fumado más de la cuenta en fiestas y parrandas a las que todavía no había olvidado... Sostenía de igual manera, que había recorrido lejanos lugares y se había perdido en las locuras más extrañas... Y que había pecado como pocos e incurrido en excesos como ninguno. 
Pero ya todo había pasado, y ahora sólo vivía de las evocaciones y los sueños en la nada somnolienta de la provincia... Pensando y recordando, en eterna expiación... Al fin de cuentas, la vida de uno, reducida o extensa, brillante u opaca, no es de uno solamente; y en esos días su existencia, su ya larga y deslucida existencia, también le pertenecía a la familia que había creado... Para bien o para mal.
En definitiva, el sujeto era un nonagenario de aquellos decididamente estropeados por la realidad y estremecidos por los avatares... Pero eso si, para nada derrotado o sojuzgado totalmente por las incertidumbres, ni dañado en su conciencia por los desalientos achacosos de otros tantos seres de su edad.
"Fracasé en todo, menos en ser dichoso", decía, cuando se le daba por rezongar consciente de sus errores, caminando embolatado en las horas vespertinas entre las plantaciones de coco y banano cercanas al poblado, doblado sobre su bastón, agitado por la falta de aire en los pulmones; y con la mirada singularmente extraviada detrás de los recuerdos: la peculiar mirada que se debilita en la percepción agonizante de uno mismo.
Años atrás, contaba hazañoso, en una borrachera de seis días en uno de los pueblos costaneros del Caribe, había sido maldito por una mulata jactanciosa a la que él había desdeñado, luego de haberle hecho el amor de forma placentera, nueve veces seguidas, en una larga noche de deleites:
"¡Tu castigo será recordar!", recuerda que le anunció ésa vez la mulata (una mujer grande y membruda, nigromántica, toda tinta ella, dueña indiscutible de unos senos gruesos cargados de erotismo y poseedora además de unos labios orondos y concupiscentes), después de haberle estado rogando cariño por un tiempo prudente, en el que igualmente le acosó lujuriosa y fallida hasta más no poder.
... Y así había sido desde ése momento. 
Se la pasaba pues en su desdichada vejez, recordando minuto a minuto, segundo a segundo, en las mañanas alegres y en las tardes quejumbrosas del lugar. Y sobre todo, en las largas oscuridades colmadas de pesadillas, cuando en compañía de un añoso transistor Zenit salía hacia el parquecito de palmeras africanas que quedaba en la misma cara de su casa, a ver correr las horas y tratar de robarle tiempo a los pensamientos, escuchando rancios boleros de Roberto Ledesma, con los que conseguía de manera efímera, aplacar la sordidez de sus desgracias.
Únicamente tarde, muy tarde en la noche, le quedaba espacio suficiente para dormir a éste nimio e inculto Ireneo Funes, que se debatía no ya entre pesados infolios de historia y latín, sino entre celajes de calor y mosquitos que lo perseguían de continuo... Y por las mañanas que seguían a las sombras, antes de que cantara el gallo, se despertaba a hacer el café negro en la cocina mientras leía algún folletín, y continuaba esclavizado con la interminable cadena de recuerdos.
No cabía duda, el viejo nunca había leído la Naturalis historia de Plinio, ni el De viris illustribus de Lhomond; pero había vivido una vida entera de fracasos y pérdidas de todo tipo; y eso era suficiente (para él y cualquiera), a fin de conocerse como un hombre sabio.
“Esto llega con los años”, le decía entonces a la mujer, intentado justificar su conducta cuando ella le reñía iracunda, por andar incomodando en la casa desde las primeras horas del amanecer, hojeando publicaciones y papeles viejos; o al verlo meditativo en la playa solitaria y medio gris todavía, cartapacio en mano, mirando en lontananza las exánimes alboradas que surgían desde el longincuo horizonte.
A sus años y en su estado, sólo una tarea podía hacer bien y ésta le agradaba..., le absorbía sobremanera: cuidaba de su nietecito, un mocoso delgado e inquieto, de pelo lacio y brillante, de ojos profundamente negros y de facciones románicas similares a las del viejo, que se enorgullecía en la tienda de abarrotes y en el muelle de los pescadores, enfatizándole a los amigos hasta donde moteaban sus genes: “Hijo de tigre sale pintao… y de abuelo, calcao”, sostenía vanidoso.
Era ése su trabajo, el único débito que cargaba a las espaldas; y a el se comprometía con ahínco y felicidad… ¿Qué otro objeto podría acometer un pobre hombre anciano, enfermo y desechado además por la sociedad?
Al niño -hijo ilegítimo de uno de sus muchos hijos-, el viejo le llenaba la cabeza de recuerdos de la guerra de secesión en los Estados Unidos; y se complacía diciéndole a cada instante en un lenguaje y tono medio crípticos, que él siempre había estado como un tal general Johnston... “que se la pasaba de retirada en retirada, y a la larga siempre hacia de las derrotas... victorias”. 
"A mí todo me costó trabajo, todo me fue más difícil que a cualquiera... Constantemente navegué en contra de la corriente, pero siempre logré mis objetivos"-, le acentuaba de seguido al menor, realzàndole muchas realidades, que èste apenas escuchaba embobado, atónito y conmovido, ante el sartal de increíbles historias que el anciano le refería.
El pequeño, que no entendía nada de lo que el vejete le contaba, sólo le miraba intrigado la piel salpicada por la pitiriasis y los dientes cariados, astillados y amarillentos; y luego, con ésa mansedumbre propia de los infantes bien criados, le pedía afectuoso que se fueran a la terraza a jugar a la pelota y al caballito de madera entre las palmeras y los árboles de almendro; cuya impar misión era la de bajarle la temperatura al caserío y lanzar los frutos y las hojas muertas al piso enarenado... En ésa imperecedera y molestosa tarea de la floresta, estaba señalada –decía el viejo, ufanándose de sus dotes de filosofo de pueblo-, la más clara y quizá única manifestación despreciativa de la naturaleza hacia el ser humano.
Sin embargo, en el dejo de amargura que había en su voz, el hombre igualmente tenía sus necedades y estorbos,... sus desvaríos. Y uno de ellos era la manifiesta e incorregible predisposición a hablar de todo y con todos... Muchos de los ignaros pescadores del puerto, que a trochas y a mochas no màs leían, lo comparaban con un factótum al que debían consultarle constantemente. Y el viejo entonces, retrucándoles con un fárrago de palabras que poco o nada decía en concreto, se hinchaba de seguido como un vano globo de helio, correspondiendo a sus inquietudes en la mejor forma posible... Brindándoles su rudimentaria sapiencia.
... Vanidoso era también el viejo, muy fatuo él.
Para colmo de males sufría regularmente de asma, y había que atenderle de seguido sobrepasando las dificultades que ofrecían la distancia y la carencia de recursos de la pequeña localidad en la que había respirado mal, casi toda su vida.
En la ocasión, cuando el terapeuta que los hijos le habían enviado por enésima vez desde la lejana Cartagena, le auscultaba y charlaba con él sonriente y burletero -pisando igualmente firme sobre la delgada estera de esparto que cubría casi media sala-, y en el mismo instante en que el médico, hostigado por la risa, dio muestras de no querer seguir más en la charla; el longevo hombre decidió que la conversación que sostenían no debía acabarse todavía, sino que podía extenderse un poco más, ya que le agradaba conversar con quién le procurara mayores y mejores conocimientos... Conocimientos que, dicho sea de paso, él no había podido recoger en la escuela pública a la que había asistido, ni en los periódicos y revistas que leyera luego al crecer... En sus ojos oscuros el pasado volvió a asomarse entonces curiosamente, y de allí pues que en la coyuntura, manifestara en tono sarcástico:
-El asma y los recuerdos, doctor... no sé cual de las dos cosas me fastidia más- Y dicho esto apreció en aquel tiempo, que no había ninguna sensación de gozo en su corazón al decir lo que decía.
El medico a la sazón, solazándose de lo lindo, le alegó al anciano aún más punzante:
-Procure entonces que los recuerdos echen a perder siempre al asma.
El nonagenario, como ocurría invariablemente al charlar con las demás personas, no se quedó callado. Replicó a su vez todo ceremonioso, juntando las manos y bajando la cabeza en actitud de plegaria:
- Amén- musitó.
El terapeuta por su lado soltó la carcajada... Era agradable y chistoso el abuelo, pensó.
En la playa aledaña, las canoas se secaban bajo el indulgente sol del atardecer, y los pescadores reunidos en pequeños grupos de a tres, recogían jaraneros los aparejos de pescas... Unos niños pateaban bulliciosos un viejo y deteriorado balón sobre el arenal; y los gallinazos por su lado, picoteaban contentos las entrañas de los peces recién arrollados.
Todo era quietud en el pueblo.
De pronto, la mujer que estaba con ellos y que asimismo lavaba los pies del macerado individuo en una palangana plástica llena de agua tibia y burbujeante en jabón de la tierra, les disparó a mansalva:
-Lástima que no sean buenos recuerdos- dijo.
Sin lugar a dudas, era una mujer de avanzada edad, delgada, con un ajado cutis sonrosado que en un lejano tiempo debió haber sido hermoso y saludable. De unos bellos y libérrimos cabellos blancos que ondeaban al viento desganados; y vestía en el momento una ropa sencilla pero limpia,... olorosa a benjuí.
La matrona tenía una toalla blanca, reluciente por el uso constante de la lejía y algo grande sobre uno de sus hombros, y les había escuchado hablar en detalle mientras refunfuñaba por momentos. Ella ya le había cortado el cabello al anciano, y esperaba terminar de secarle los pies para luego acicalarle las uñas de las manos con el esmalte que había comprado ésa mañana en el almacén del Turco Abdalah, cuando se le dio por opinar.
-Mi mujer siempre se vive quejando doctor… Desde que nos casamos ha venido con la misma coplilla, todos los santos días... Y ya van más de cuarenta años- espetò sin afanes el hombre al escuchar hablar a su compañera...Y lo hizo tranquilo, muy sereno él, como queriendo admitir sin decidirse de plano todo lo que la consorte había expresado al respecto.
-Las mujeres de uno siempre recuerdan lo malo, nunca lo bueno- le aseveró al instante él médico. Un hombre aindiado, de bigotes oscuros, recios y espesos; al tanto que guardaba el estetoscopio en el maletín de cuero negro que le acompañaba a todas partes.
-Es que ellas, dicen las malas lenguas, a más de histéricas... son históricas- volvió a expresarse el médico, luego de unos segundos.
-Sandeces-  manifestó entonces el dolorido viejo, desde el taburete en el que estaba sentado con cierto aire de pensador; y se dispuso luego a otear hacía el mar que bostezaba plácido en ésa hora chicha, en la que los pescadores regresaban cansados de la faena diaria en las viejas canoas de madera, embutidas hasta la saciedad de peces y moluscos-... Puras pendejadas... Todo lo malo que pude haber hecho en mi vida, lo he pagado con el olvido de mis hijos... Lo demás lo puedo cargar sin quejumbres a la cuenta de los atropellos de la vida.
La mujer, fastidiada en el instante por la farfulla, terminó de secarle los pies al anciano y se fue incómoda, con la toalla en el hombro izquierdo y la palangana en las manos hacia la zona trasera de la casa.
-Hum... El santo Padre- escupió mordaz la matrona, mientras se alejaba.
-Y sus hijos qué … ¿no lo visitan mucho?- curioseó en el minuto el galeno.
-Todos ellos viven en Cartagena, allá se la pasan todo el tiempo… Por aquí arriman poco... Parece que no les gusta revivir el pasado- le aclaró en el punto el viejo.
-Ajá… Debe comprar el Bricanil lo más pronto posible,... este ya se acabó- dijo el médico en la oportunidad, mostrándole al hombre un recipiente casi vacío y le extendió de inmediato el papel que contenía la nueva receta.
-La familia de mi mujer nunca gustó de mí -tornó a hablar el viejo, con una espina clavada en el corazón y buscando sin prisa las abarcas "tres puntàas" que reposaban, sucias y gastadas, bajo el taburete de cuero de res en donde se hallaba sentado cerca de la ventana.
-¿Y esa vaina?- le averiguó en aquel tiempo el galeno, que peleaba en esos instantes con la corredera del maletín que estaba trabada.
-No sé,… decían dizque yo era un filipichín... ¿sabe usted qué es eso?
-Claro -reconoció el médico-, es algo así como un muñecón bandido... Una variedad del hombre petimetre.
El carcamal entonces, dándoselas de muy entendido, se río con muchas ganas.
La mujer había vuelto de repente con una botella de alcohol en la mano y los miraba fijamente, todavía molesta:
-¿Le dijiste que también eras un borrachín..., “un bala perdida”?- le cuestionó medio en burla la matrona, entregándole de paso la botella de alcohol al médico, para que desinfectara la mascarilla del nebulizador que momentos antes había sido utilizada.
-Borrachín no, parrandero que es otra cosa… Ahora lo que te falta es contárselo también al niño para echármelo en contra, como lo hiciste con tus hijos- reconvino en aquel tiempo el anciano a la mujer, removiéndose contrariado en el asiento de cuero.
El galeno, complacido, se había sentado en una mariapalito que estaba frente al taburete del nonagenario, y jugaba en el momento con el niño que se había colado por la ventana que daba al parque, donde momentos antes correteaba detrás de unas gallinas que graznaban enloquecidas y aleteaban despavoridas delante de él.
-¿Y cómo hizo pues, para criar una familia?- interrogó él medico a la mujer, todo malajoso y en solidaridad con el vejete.
-Se jubiló con el Gobierno- le manifestó ella, dándose prisa-… Como todos los hombres de aquí de La Libertad, que nunca hacen nada diferente a hacer política y pescar.
La mujer habló resentida, y se dijo que quizá el médico no la entendería..."nadie puede comparar lo que yo pienso sino ha pasado por lo que yo he pasado y sino ha sufrido lo que yo he sufrido", recitó mentalmente... Y más tarde añadió, en clara alusión al médico:... "además, los hombres se tapan siempre con la misma cobija". 
-Y por qué no te quejaste cuando me conociste ...¿ah?- le preguntó mordaz el anciano a la mujer, al tiempo que se calzaba las abarcas.
-Por vainas, dijo irritada la matrona- Y se volvió a ir, ésta vez en dirección a la cocina en donde humeaba y traqueteaba espantada una antigua olla de peltre, oxidada ya por el uso y el tiempo.
-Que te haga las uñas tu abuela- alcanzó a decirle la anciana al viejo, antes de volver a dejarlos solos.
En el cielo azul del poblado, despejado de nubes, dos hermosas gaviotas hacían llamativas piruetas y chirriaban complacidas, persiguiéndose incansables y felices. Y en el horizonte distante, se distinguían dos grandes cargueros de cabotaje que se alejaban, uno detrás del otro, a muy remota distancia... Remarcando un cuadro bucólico que permitía soñar.
Los presentes en la sala, no pudieron saber jamàs, si lo que vivían era la realidad de una vida sosegada o lo que contemplaban, sucedía únicamente en su anonadada imaginación... Quedaron expectantes... Hubo por lo tanto una pausa en la nervadura de la tarde, e inmediatamente después se acallaron todas las estridencias del sitio, al mismo tiempo y se escindió una oquedad de silencio en la tarde que empezaba a dormirse... Pero la conversación entre los dos hombres continuó al rato.
-No es que sea una hermosura, como dicen por ahí doctor... Una belleza digamos que estrambótica. Pero me agrada... Fue la que me gustó para casarme en ésa época -le declaró en el segundo el anciano al médico, que había dejado de jugar con el niño y ahora fumaba un tabaco Montecristo, acomodado a placer en la vetusta mecedora de madera y mimbre en la que, segundos antes, había depositado su folclórica humanidad.
-Cuando llegué a éste pueblo, era la más bonita de todas... Ahora está vieja y gruñona,... pero antes fue la mejor- le explicó otra vez el anciano al médico que sonreía, bien acomodado en la mariapalito.
-Todos nos envejecemos y nos deterioramos- reconoció el médico, aspirando con fruición el tabaco que lucía orgulloso entre los dedos índice y corazón de la mano derecha.
-¿Sabe qué? - dijo el viejo.
-¿Qué?- le rastreó él galeno.
-A veces les digo a los muchachos que no sean tan serios, que gasten algo de plata en las hembras... Ellos cuando jóvenes, no incurrieron en ningún exceso y ahora en la ciudad, profesionales y trabajando, ganando mucho dinero, se la pasan ahorrando, guardando... No tiran ni beben cómo lo hice yo en mi juventud... Son demasiado serios…, muy campanudos.
-Todo en exceso es malo- le observó él médico, ya circunspecto.
-Si, es verdad..., por eso estoy jodido… Aunque a veces los recuerdos lo alegran a uno,... ¿sabe usted?
La mujer había regresado de la cocina y fastidiada por el coloquio, convidó al médico y al marido a que tomaran el café negro en la terraza de la residencia.
-Vayan, yo les llevó el tinto- les ordenó.
Ya afuera, el inquieto niño había ido con los dos hombres hasta la veranda de la casa y corría en el minuto detrás de un enflaquecido perro chapolo, estragado y lleno de pulgas, que a duras penas gruñía cuando el menor le pegaba con una vara en el lomo escarnecido.
-Y cómo es ésa vaina de los recuerdos- cuestionó de golpe él médico al anciano, intrigado y atragantado por el humo del tabaco.
-Es una maldición de una negra puta que fue mujer mía cuando yo era joven y bello- masculló sonriente el viejo.
-¿Y Ud. cree en esas vainas?… estamos en un siglo mejor que el de las luces, hombre- le recordó el galeno al anciano.
-Ah carajo...  y yo qué culpa tengo si me la paso pensando y recordando como un menso, toda la santa noche y todo el día.
- Debe ir a la ciudad a ver a un psicoanalista- le indicó ésta vez el galeno.
El anciano entonces reaccionó, engorroso:
-Yo no sé de ésas vainas, doctor- aclarò-... Además, ya yo estoy viejo y cansado y mis hijos están grandes y con hijos…Yo ya viví... Ahora les toca a ellos romperse el cuero y a mí recordar y esperar la muerte… ¿Qué vaina, no?
Y al momento, luego de quedarse hondamente pensativo y tras dejar para otro día el penoso combate que empezaba a desgarrar su trasnochada alma de irredento provinciano, sentenció:
- Son las vainas de ésta vida ingrata, doctor... No màs la madre lo pare a uno, y ya comenzamos a jodernos y a morir... Y a vivir situaciones que lo marcan a uno para siempre... Los dìas y los años entonces se nos vienen encima como las rocas de un derrumbe, en una permanente y fastidiosa tribulación... Y uno a la sazòn empieza a irse de a poco, despacio y sin importarnos el cómo... Al igual que se va el agua por los escurrideros de los lavaplatos... Lo único bueno, doctor, es que de pronto, un chorrito de ésa agua se detiene haciendo ruidos y permanece un tiempo dando vueltas en los recovecos del sumidero; y es en el punto cuándo surgen sin querer los recuerdos que lo alimentan y lo atormentan a uno, ya de viejo... Existiendo o no maldiciones... Si doctor, los benditos recuerdos que en verdad no tienen importancia para otras personas ni llaman la atención de nadie los muy cabrones... Pero lo cierto es que para uno si la tienen. .. Y de ahí que nos centremos en ellos cada día, y no nos quede de otra que sentarnos a esperar la muerte ahogados en temores y guevonadas... ¿No lo cree usted así, doctor?
El médico sòlo expresó un "uju", y después siguió fumando, como si nada.
La mujer, al instante, recudió con una atractiva cafetera y unas tazas de porcelana en una bandeja rutilante que reñía con el rustico ambiente. Traía también consigo el radiecito del marido colgado en el hombro, donde, momentos antes, había guindado la toalla... Su rostro seguía siendo el mismo rostro contraído de una bestia acorralada por los cazadores.
-Fíjate a ver que dicen las noticias- le dijo el viejo entonces a la mujer, con un ostensible aire de autoridad resumida.
-Para qué -se encabritó la fémina-.…Las noticias nunca tienen nada que ver con éste puto pueblo.
-Si, dijo el médico, aquí no llega nada nuevo ni pasa nada extraordinario... Lo único diferente es lo que traen las lanchas de los contrabandistas que arriban de Panamá... Al menos, eso fue lo que oí decir en el puerto.
-Ya ves por qué mandé a los pelaos para la ciudad- le enrostró de seguido el viejo a la mujer, buscando revancha en la conversación y agitado por una tos incipiente.
- Ajá- dijo en tal caso, mecánicamente la mujer.
Y se consignaron más tarde en el terrado de la casa, decididos y sin vuelta de hoja, al igual que los cocoteros sembrados sobre la tierra fértil ... Se depositaron, como dicen las abuelas que hacen los difuntos en el inframundo, silenciosos y apesarados... Y se estuvieron allí, balanceándose en las mecedoras ubicadas en el frente de la casa, bebiendo pausadamente del tinto vaporoso que les quemaba las bocas, sin importunarles mucho el quemón... Tan sólo soplando monótonamente en las tacitas de porcelana de las que sorbían de seguido; al tanto que observaban al azorado niño y al estragado perro que corrían prevenidos -fijándose cada uno de ellos en el otro, vital y constantemente-, dando vueltas a las bancas que se hallaban cerca del vergel en el derruido parquecito.
... Silenciosos y diluidos... Como habituados a la dormida atmósfera reinante.





DELICUESCENCIA

“No nací para juzgar a los hombres, nací para comprenderlos”.
Stefan Zweig

I.

La vida me ha enseñado -sin lugar a dudas-, que hay dos clases de expiración o de acabamiento existencial: la muerte física, la absoluta, la que definitivamente es innegable... Èsa clase de muerte que se lo lleva a uno para el hueco insano, tenebroso y frío, entregàndo el cuerpo rígido y ceroso a los repugnantes gusanos de la tierra y la penumbra; aquella supresiòn que nos permite desaparecer de improviso de la realidad material –para gusto y regusto de muchas personas a quienes en vida les caíamos mal-, en un exótico tránsito en el que èsta, la muerte autèntica, siembra al humano bajo unos cuantos metros de arena parda o negra, y normalmente húmeda –casi siempre llueve cuando alguien muere-; mientras los familiares encima de los interfectos, olorosos a gladiolo y jazmìn, prácticamente sobre el cadáver, lloran y moquean, sienten de verdad nuestra partida o fingen que la registran; y ya está, se acabó todo, terminó el sufrimiento personal intrascendente -en vista de que a la larga, los que mueren concretamente son los que reposan y se sosiegan de manera concluyente-; y la otra partida, la otra muerte, la de disìmil traslación y pocas veces nombrada y de significado terrorìfico para algunos: la defunción espiritual.
... Èse otro òbito que deja al insignificante individuo, apenas sobreviviendo entre la inmundicia de las personas, rindiendo culto y consagración a la infamia, deshaciéndose dìa a dìa en su materia y trasegando en medio de la vergüenza màs irreparable... Pudrièndose de igual forma en la infeliz ruina, que solo le permite moverse como un anélido, aparentemente respirando y cumpliendo obligaciones, en un lugar emponzoñado en donde ya no se tiene presencia de consideraciòn, ni se odia ni se ama a nadie; y en donde se carece de beatitud y se sigue existiendo no màs, sin que nadie, absolutamente nadie, le dé mayor importancia al muerto en vida... Ese organismo casi incorpòreo que vegeta difícilmente a travès del querer de los demás seres, asfixiándose de continuo, al igual que un temblequeante pececillo de colores fuera de su vasija; y siendo un actor permanentemente de pesadillas... Horribles y reiteradas pesadillas, que le marcan como se marca una res.
El perecer ignominioso que en si mismo, no es màs que la conclusión de la voluntad del ser, el fallecimiento del carácter y la extinción del atrevimiento en los individuos... Actos despreciables, que someten a los hombres a vivir encerrados dentro de su propio cascaròn; desprovistos de voz y temerosos siempre... Mustios, apagados, muy parecidos a los aterrados habitantes del inframundo, y semejantes a los cipreses polvorientos, que muchas veces hallamos plantados al lado de las tumbas en los cementerios. 
La clase de muerte que muchos sujetos domesticados por la sociedad, carnicera y acaparadora, desconocen o niegan, aunque pataleen y agonicen en ella -como chivos expiatorios a los que esta misma colectividad designa como destinatarios de sus males y desplaza sus culpas-, buscando desesperados el éxito fugaz que brindan el indigno dinero o el asqueroso poder, que a su vez les permiten sentirse “gente de bien” –aún a pesar de que con este òbolo venga la humillación y el descrédito-; y gestionando inconscientemente la indecencia, que sofoca a casi todas las personas que pueblan, día a día, éstas tristes y engañosas mediocracias del orbe occidental.
El gènero de expiración, que sin lugar a una engañosa turbiedad mental, es la muerte degradante… El infeliz deceso en el que se martirizan infinidad de mortales, faltos de moral y de ética, carentes de honor, y desprovistos además de la noción de respeto… Aquella ralea de personas que mi madre, haciendo un símil quejumbroso en los momentos en lo que despreciaba a alguien,  o en los que sentía repulsión de ciertas acciones de sus semejante, solía decirme asqueada: " Existen personas, mijo, demasiadas, a las que la gente toma como simples balones de football, de los que sencillamente se sienten orgullosas de patear".
Ambas son muertes, a no dudarlo. Pero si de escoger se trata, prefiero la primera de ellas... La muerte natural, la más vigorosa y afable, la menos vergonzosa y desagradable de las dos; puesto que mientras se bordeè en la conceptualidad del muerto en vida, el hombre no habita en ningùn lugar decente ni respira a gusto... Simplemente coexiste y se està expuesto permanentemente, al escarnio pùblico y a la timidez perenne... A la deshonra que todo lo marchita.
Confieso que al punto, me es complicado explicar el porqué de èste raciocinio. Pero pensándolo bien, aprecio que tal vez sea por mi temperamento irascible y orgulloso, por mi manera decidida y tajante, original y apremiante, de resolver los problemas y tomar las decisiones, sin circunloquios ni eufemismos... Y porque siempre he sido un hombre autònomo y frentero, que se ha sabido defender solo -gracias a Dios-, a pesar de la malquerencia de muchos y la oposiciòn de no muy pocos... Y en definitiva, por el modo en el que aprecio la vida misma; ya que estimo que accidentalmente uno vive ùnicamente para morir, para desaparecer cualquier dìa de estos en cualquier lugar y hora, dejàndo tras de si lo mejor de cada quièn en la existencia vivida... Coexistiendo apenas... Asì sea entremezclando el placer y la angustia de existir, o confundièndose estùpidamente entre el dolor y la alegrìa de amar u odiar... ¿No es acaso el hombre, el ùnico animal consciente de su muerte?... ¿El ùnico que sabe que debe morir algùn dìa?
De ahí entonces que siempre me haya disgustado la gente sin realidad propia, nebulosa y complicada. Y que cada vez que me ha tocado enfrentarme con un sujeto de esos, vaporoso e irreal, linfàtico, se me ha impuesto entonces la obligación de destruirlo, por el simple y llano prurito de detestar lo delicuescente... Lo poco consistente.
José Poltes, para citar un sòlo caso al respecto..., ése pobre imbécil...  Ese cretino miserable, alto y enjuto, narigudo y dueño absoluto de una barba montaraz que le hacia ver más trascendental de lo que en sí mismo era -y quien me debe estar odiando en la quinta caldera del infierno en donde ha de estar por lo que le hice-, es la mayor y màs contundente demostraciòn de lo que afirmo: de eso estoy cierto, completamente seguro... Porque a él lo liquidé espiritualmente, lo matè, le anulé en forma inequìvoca. ... Y de ello me enorgullezco en grado sumo, aunque a muchos les parezca desagradable mi posiciòn:
"Marlon Amador es un mal sujeto, un maldito y despreciable fascista". Dicen de mi los que me conocen... A espaldas mìas, claro està… Pero yo no les presto atención y sigo mi vida conforme a mis reglas; y de contera me enfrento a las personas según ellas me inciten.
... Recuerdo con claridad meridiana, la mirada lejana y muerta de Poltes, esquiva casi siempre... Su forma despaciosa de caminar, detenièndose a ratos en su andar para mirar a cualquier lado, absolutamente desconfiado... La forma pausada en la que hablaba y gesticulaba... Su verborrea flemàtica y desquiciante... Y sobre todo, me acuerdo de su horrible vestimenta de bardo extraído del más tenaz romanticismo, pasado de moda y salpicado de zafiedad. 
Tenía -si no estoy mal-, dos vestidos de paño bastante raídos, que alternaba en forma religiosa cada tres días; una cifra parecida de camisas blancas, de cuellos arrugados y percudidos; una boina de fieltro azul turquì; un par de zapatos negros sin brillo, de suela gruesa y áspera -constantemente mohosos-, y una sucia bufanda de lana… La misma bufanda escarlata que siempre le conocí.
Había que ver como se la enrollaba alrededor del cuello -bajo su poblada barba de teórico marxista-, en èsa forma tan grosera y detestable, dándole varias vueltas que finalmente le dejaban ver, aquella repulsiva puntita grasienta que le salía del mentòn, àspera y manchada; y que apestaba a un agrio tan punzante que heria hasta el olfato mismo de un pordiosero... Era una porquerìa ése sujeto... Absolutamente, no tenía buen gusto.
Todavía a estas horas de la existencia, casi veinte años después del incidente, me sigo preguntando: ¿Qué pudo haberle visto Olga Estévez a ése tipo? …¿Qué le interesó de su alma, de su figura y de su visión del mundo?… ¿ Qué aspecto positivo de él le atrajo?... ¿Por qué se fijó en ése necio, siendo como era ella –al menos en ése tiempo-, una mujer de talento?
Ahora que discurro en eso, vuelvo asimismo a cavilar que, además de tonta, ella seguramente no tenía olfato… ¿Cómo pudo despreciarme a mì y fijarse en Poltes: un hombre sin pasado ni ulterior reputación?... ¿Como  fue posible que se hubiese acostumbrado a ése tufillo agridulce que se deslizaba de él, y salía de su entorno abarcàndolo todo, causando la aversión de cualquiera menos la de ella?
... Las mujeres en verdad, carecen de objetividad, son sensibles y alterables; pero no puede ser que algunas lleguen a ése estado de estupefacciòn tan crònico, a èse ridìculo éxtasis y enajenamiento tan especìfico.
No logro comprender entonces, cómo alcanzan a perder casi que totalmente el carácter,  la voluntad y la lògica, en su adoración a un hombre tan simple, tan poca cosa y de tan censurables modales… Un individuo absolutamente desprovisto de ornato y posibilidades futuras en la vida… ¡Un ser tan despreciado por las sustancias vitales!
Con el tiempo que todo lo disipa y abandona, no he podido dejar de formularme ésa inquietud... La misma expectación que años atrás le hice a ella, en una mañana de mucha lluvia en la ciudad, luego de haber atravesado la llamativa avenida rebosante de frenéticos automotores conducidos por chóferes enardecidos y encrespados, que maniobraban peligrosamente en sus nefastos y letales vehículos, estimulados por la criminal velocidad, y poseídos por el mero y vacuo anhelo de llegar rápido a cualquier lugar del orbe, olvidando de paso las precauciones debidas.
Evoco ahora que le formulé èsa interpelación, estando ya guarecidos bajo el imperturbable y antiguo arco de cemento, que distinguìa la entrada principal de la Universidad en donde nos educábamos... Esa vez, recuerdo bien, la interpelé acucioso e intrigado, y ella al principio dudò en responderme... Lo pensò un buen rato, buscando sin afanes en los meandros más preciados de su memoria, con sutileza y distinciòn.
Esa mañana llovía en ráfagas heladas y la lluvia nos mojaba de costado... Hacia un frío de miedo y el cielo estaba negro, furiosamente negro, cuando finalmente hallò una explicación: “De él me gusta su erudición, su espíritu de cambio, ése diáfano y a la vez potente ànimo de progreso que no veo en ningún otro hombre aquí”, me dijo luego de unos momentos... Categórica y segura en sus palabras.
Y en el instante, conmovido, no supe que responderle, ya que me aturdì y quedè divagando por la respuesta que me diò, anonadado, sin poder comprender a cabalidad en aquel minuto, còmo el cielo mìo no podìa ser igual al cielo de ella, ni mis sueños sus sueños, ni mis gustos sus gustos... Sin entender còmo y por què pensaba lo que que pensaba de èl.
Y la verdad es que, al quedar tan aturdido por su rèplica, me olvidè en aquellos dìas y hasta hoy, de los muchos otros sucesos ocurridos alrededor de ella... Inadvertì por decir algo, a los diferentes muchachos a los que ella desechò en sus ambiciones, omitì sus negativas a ir con nosotros a las fiestas de los fines de semana, desatendì su poca atenciòn al maquillarse, descuidè su honesta devociòn dominical de ir con tanto amor al servicio mìstico; y màs que todo, fuì indiferente con su confiado trato hacia los demàs mortales.
Pero claro, no todas las realidades o circunstancias que se producen en un momento dado en nuestras vidas, se olvidan definitivamente... Algunas de ellas sòlo se relegan por un rato, por cosa de un mes o de unos años, o simplemente quedan ahì, flotando en la inconsciencia para despuès traerlas en ocasiones... Al tanto que otras en verdad, se arrinconan definitivamente... Empero lo que si es cierto,  al menos en mi caso, es que de su hermosura y de la locura que ella despertò en mi, eso sì que no lo olvidè jamàs.
Rememoro igualmente, que en aquel tiempo ella me pareciò sugestionada en grado extremo... Como aleccionada y guiada por un faro de luz intermitente y embrujador... Y sin embargo reconozco, que aún no había captado en su complejidad la influencia que èl ejercía sobre ella... Su poder màgnetico.
No lo niego: era un hombre culto ése garlancho… Y bastante diferente de los otros comunistas de la Universidad, que tan sólo hablaban como loros del materialismo histórico, del malhadado internacionalismo, del conocimiento y análisis de la historia, del libre ejercicio del espíritu crítico, de la disputa de clases, de la combinación de las formas de lucha y de la dialéctica jactanciosa y falaz.
¡Todos, absolutamente todos…, se creían unos Antìstenes modernos, sin serlo!... Bueno, cìnicos y fatuos si que lo eran... Pero él no. En honor a la verdad, Poltes era un hombre leído y encumbrado.
Y sin embargo tambièn era llano, espontáneo y transparente; un ser que conocía a fondo la literatura de Proust y de Engels con autoridad, un sujeto que declamaba maravillosamente los versos de León de Greiff y que se enfrascaba –con sumo dominio-, en largas disquisiciones alrededor de la obra filosófica de Kant y de Russell, de Feuerbach y de Hegel, sin dárselas de mucho... Sin aparentar sobrada intelectualidad, como los otros vacíos Antìstenes de les quienes hablo.
No obstante, a pesar de eso me era insostenible, me repelía; y todo porque el espècimen en muchas ocasiones era asimismo utòpico, iluso, un acabado mercader de la palabra y un perfecto vendedor de ideas tóxicas: ¡un comunista de mierda el tipo!
Olga por su parte, tambièn fue responsable de lo que ocurrió con èl... Ella igualmente tuvo su fragmento en la gestión de los hechos... Su influencia. Y esto lo aclaro ahora aquí, sentado en el banco de madera en el que me ubico todas las tardes al caer el sol, bajo la agradable fronda de los matarratones y los robles reverdecidos a ver pasar el riachuelo de aguas cristalinas y frescas que corre mansamente por mi propiedad; y al intentar conjugarme con el tiempo que pasó y con los eventos que se sucedieron en el.
En éste fascinante momento –sólo en él-, es cuando alcanzo a percibir con nitidez el espacio en el que ella lo trajo hasta mí, y lo exhibió orgullosa; tal y cómo se exhibe una muestra valiosa e infrecuente, en un museo de reconocida fama ecuménica.
Quería que yo le conociera, que calzara muchos de sus puntos de vista. Que fuera su amigo y que me impresionara con su sosegada oratoria y sus gestos melodramáticos... Deseaba íntimamente que me cautivara a la par, que se apoderara de mi mente así como lo había hecho con la suya.
Pero no... No fue de ésa manera... Antes por el contrario, lo que se acentuó en mí fue ésa animadversión que siempre le tuve, ésa tirria conforme a la razòn que nació conscientemente hacia él en mi voluntad, por ser él el gaznápiro que siempre fue y por ser èl, de igual forma, el individuo despreciable en el que Olga Estévez se fijò:
“Es el amigo del que te hablé” dijo ella, cuando le llevó ése día a mi cuarto en el bloque habitacional en donde vivíamos los estudiantes que subsidiaba el gobierno... Mi padre era político y hombre de alguna preponderancia en esos tiempos que corrìan; y yo, lógicamente, disfrutaba de muchas atenciones... era uno de esos beneficiarios.
La puerta del dormitorio en la ocasiòn estaba abierta cuando llamaron para anunciarse, y penetraba por ella una desagradable corriente de aire gélido que lastimaba mis sentidos y me tenìa en la cama aterido, casi congelado.
Así que ingresaron ceñidos el uno al otro, bien apretados; y Olga enseguida, como la niña ingenua que era, se echó alborozada en la cama que todavía estaba en algùn desorden balbuceando una tonada: fue un domingo muy temprano y el sol apenas calentaba, lo recuerdo bien.
Poltes pasò la portilla y se quedó de pie, con las manos cruzadas sobre el pecho al igual que el viejo Marx en una de esas antiguas fotos suyas en blanco y negro, en los tiempos de su estadía en Londres. Su mirada era agotada, pero a la vez inconcebiblemente penetrante, inquisidoramente gèlida. Y sus pequeños ojos negros casi no se movían: parecían fijos, malignamente estáticos miràndo el intratable vacìo de mi alma... Ella, sentada ya en la cama, sonreìa gustosa.
Al oír el toque en la puerta y el llamado que me hicieron, me habìa levantado del camastro de prisa y lo ordené como pude, procurando hacerlo a la mayor brevedad posible y teniendo tiempo apenas de organizarlo a medias, puesto que Olga, no màs entrò a la habitaciòn, se desembarazò de Poltes y de seguido se lanzò en carrera sobre el jergòn,... sin miramientos.
Incómodo y atolondrado, cerrè luego la cancela por la que penetraba la tenaz brisa helada, y luego si me giré y me acerqué hasta Poltes y lo saludé muy a mi pesar... Dije mi nombre en voz baja, con el deseo intenso de que él no se lo grabara y le extendí despuès la mano fría -casi congelada, sin alegría alguna-, a manera de formal saludo. Poltes hizo lo mismo sin mover sus pasmados ojos y comprendió mi sentimiento de fastidio... Pero no se inmutò... Buscó sin afanes una de las sillas que estaba en un rincón de la habitación y se acomodó en èsta, quedándose callado por unos momentos, agazapado y tenso, como un gato montés al acecho.
A Olga, apenas le sonreì desganado... La esperaba a ella con ansiedad, no a èl; y por eso me incomodè. 
Luego de haber entrado, Olga me miraba obsequiosa, ahora un tanto distendida y relajada a placer en la cama que segundos antes yo habìa desembrollado. Y fue en la ocasiòn cuando descubrì, inevitable y definitivamente su esencia: el conjunto de características imprescindibles de la atractiva silueta que le distinguìa de las demàs mujeres del centro educativo al que asistìamos, y por las que le perseguìan las querencias de casi todos los muchachos del establecimiento.
Ella era una joven hermosa y rebelde, exquisitamente adorable, de familia adinerada y de mucho reconocimiento social, que había querido estudiar en una de las Universidades del Estado por pura veleidad, pensando absurdamente que si se reunía con la pobrecia, podría entenderla mejor, conocerla más a fondo; y así documentarse en forma adecuada para lo que ella llamaba patéticamente… “la lucha revolucionaria”.
Y siempre, desde que la vì por primera vez, fue una mujer perceptible en extremo -delgada y menuda, de rostro agradable y virginal-, que constantemente se identificaba con los débiles en una especie de arrebato mesiánico que me turbaba.
Poltes la tenía visiblemente embaucada, seducida; y èl representaba para ella el paradigma indudable del perfecto líder revolucionario, el hombre maravilloso, luchador y ejemplar, al que tenía que dedicarle la vida y sus esfuerzos.
Èsa vez, ella nos miraba a ambos indistintamente, con un raro sentimiento entremezclado de curiosidad y temor; y su mayor deseo era, pienso ahora, retenernos a los dos... Contar con el uno y con el otro en sus vivencias... A Poltes para amarlo y servirle, y a mì, para disfrutar de la amistad y la charla beneficiosa de un buen compañero... No habìa de otra.
Desde su silla, a la sazòn, Poltes rompió el hielo hablando pausado y con sumo formalismo:
“Queremos que asistas a nuestras reuniones”, dijo.
Y con ello atrajo mi atención, es decir, toda mi inquina... De inmediato agregó: “Me dicen que eres un hombre de lecturas, un ser con hambre de conocimientos y perspectivas loables… una mente social”.
El tipo, muy propuesto èl, indudablemente quiso halagarme, complacerme... De manera sutil y acariciadora, pretendió llevarme a su redil... Pero su intento fue en vano. No pudo tocar mi vanidad ni alteró para nada mi fibra íntima, puesto que enseguida me puse en guardia y a continuación fui un tanto pendenciero:”Gracias, pero no me interesan las reuniones, vine aquí solamente a prepararme para enfrentar la vida”, le respondí, dejando traslucir a propòsito un ostensible desgano en mi tono de voz.
Sin levantarse de la silla, el sujeto insistió como le correspondía a un buen político: “Nos gustaría  tenerte con nosotros “. Aclarò.
“Sería un honor para el movimiento”. Dijo otra vez.
Entonces -no capto aùn el por què actuè tan raudo-, sin proponérmelo, abiertamente descontrolado, fui arrastrado por una enervante corriente de hastìo y le respondí en forma grosera, excedido por la animosidad que me inspiraba desde el mismo segundo en el que aprehendì su dominio sobre ella:…”Ajà, pero no me interesan tus reuniones”. Dije.
Los ojos amplios, claros y vivaces de Olga, se movieron dentro de las órbitas asombrados y molestos;  y pude  ver entonces bajo su blusa de seda color carmelita, el nerviosismo de sus pequeños pechos, duros y sinuosos.
Cruzando las piernas, impertérrito, el hombre volvió al ataque sin inmutarse por lo que le había dicho instantes antes: “Me han informado que te interesan las ideas políticas, que te agrada todo lo humano”, me espetò desde la silla; y yo entonces, en forma áspera –ya estaba demasiado enojado - le subrayé lo que pensaba: “Si, me agradan las ideas políticas, pero no me gustan tus ideas... No sé cuales son tus pensamientos, pero no me agradarán... sean ellos cuales sean”.
No pude haber sido más directo ni desalmado.
Lentamente, cómo en una representación teatral, el tipo descruzó las piernas y se puso de pie...  Caminó hacia mí despacioso, y poniendo sus manos sobre mis hombros quiso ser afectuoso mientras me aclaraba: “Oye amigo, estamos en contra de la educación capitalista que destruye las conciencias de los hombres libres, estamos a favor de la insurrección del pueblo que sufre por la injusticia social, estamos...”
No le dejé terminar su perorata... Definitivamente el hombre me caía mal..., me resultaba cargante.
Con un giro firme y decidido de mis hombros, me quité sus delgadas y mórbidas manos de encima y me alejé un poco... Y entonces anoté desairado, fiero, con la intención de acabar lo más pronto posible con la incipiente charla: “No me interesa el pueblo que sufre amigo... En fin de cuentas, el pueblo siempre ha sufrido... Me interesa solamente lo mío, lo que pueda adquirir, material o intelectualmente en el transcurso de la vida... Y me atañe además, la clase de personas que defiende el establecimiento”.
Olga por su parte, aterrada y confundida, dio un salto de la cama y se me vino encima, mordisqueàndose los labios... Sus inquietos y grandes ojos de un ligero color ambarino, parecìan arder en la tenue luz de la habitaciòn... No podía dar crédito a lo que oía y veía; y su delicada manera de ser y de tratar a los demás se quebrò de repente: “Marlon, gritò, eso es una insolencia”, y situó en aquel tiempo los hermosos e inolvidables fanales que quemaban justo enfrente de los míos, inquiriéndome al respecto, solicitando perentoriamente una explicación... Un silencio pesado y sofocante, a pesar de la brisa frìgida que corrìa por la habitaciòn, se situò en el momento en derredor de nosotros y yo pude percibir entonces, el agradable y enloquecedor aroma de su tibia piel en mis narices... En la ocasiòn, tambièn pude apreciar sin duda, la terrible zozobra que produce en nosotros la belleza anhelada, cuando èsta nos rechaza y nos empequeñece, cuando nos deja de lado; y no encontré entonces otra forma de acabar con la conversación que mostràndome falsamente arrepentido, "vergonzosamente" contrito y apenado: “Perdóname Olga, le expliquè; pero no quiero hablar más, no me siento bien, he pasado una mala noche”... Dije. "Y tengo ahora un fuerte dolor de cabeza" le agreguè luego.
El hombre en aquel momento la tomó del brazo con cariño, delicado y afectivo; y le haló suavemente hacia él... Luego, calmándola con voz lànguida y estudiada, le sugiriò en aquel tiempo: “Tranquila amor, ya volveremos en otra ocasión... tranquila”.
Comprendí en ése momento que en realidad había sido grosero, que me había excedido en el proceder... Y por ello, nervioso en grado extremo, me  excusé nuevamente: “Si Olga, a lo mejor en otra oportunidad hablamos”, dije ya más aplacado. Ella entonces, desconfiada, miró a Poltes indagándole con la mirada; y él en el punto, solamente le hizo una breve seña con los ojos apuntàndole la salida.
No había nada más que hablar, creó que determinó el individuo en el santiamèn.
Al rato, los vi dirigirse acompasados hacia la puerta de la habitación, fusionados como habìan arribado... Al llegar a ésta, Olga se detuvo unos instantes, giró su cabeza hacia mí dolorida y pensó decirme algo. Pero Poltes, haciéndole una leve presión sobre uno de sus brazos se lo impidió.
“La somete”, pensé ahì mismo.
Posteriormente, el sujeto abrió la portilla con la mano que tenìa desocupada e invitándola a salir amablemente, se desplazaron de seguido, graves y descorazonados, por el solitario corredor del piso en busca de las oscuras y casi congeladas escaleras.


II.
Los pájaros aletean -excitados y bulliciosos-, con un gran y dichoso escàndalo para ellos al otro lado del arroyo, entre las renovadas ramas de los mamoncillos, robles y guayabos en flor; picoteando igualmente, de seguidos y festivos, como tornasolados rayos de luz encima de sus hojas de manera considerada... Decenas, cientos de mariposas de colores vuelan, revolotean y se apoderan del aire, mientras disputan silenciosas con las aves el delicioso aroma de los capullos renacidos... El firmamento azul en lo alto, está escasamente poblado de nubes; y un increìble sol de mayo, esplendoroso y picaresco, primorosamente metàlico, se dispersa insolente sobre el lomo de los montes aledaños... El arroyuelo frente a mi, cristalino y bullicioso, serpentea por entre las piedras prominentes y lustrosas; y una desenvuelta brisa primaveral agita los juncos y el guadual, en donde se concitan las garzas blancas, los gallitos de ciénaga y los flamencos, en procura de los rutilantes pececillos de colores que allí se multiplican.
El hálito de primavera que me acaricia en estos momentos, cuando el astro rey calienta y todo el inmenso añil del firmamento resplandece, me hace pensar en detalle en algunos de los hechos ocurridos en la capital, hace ya varios años... Me vuelve nostálgico y somnoliento... Y me digo entonces afligido, que así han sido siempre los días en la hacienda desde que regresé de la ciudad al collado... Días lentos, embrollados, monótonos... Ciclos pesados y espesos sin excitación alguna en mi vida... Largas jornadas transcurridas sin acciones de importancia, que marcarìan sin lugar a dudas el tránsito habitual de cualquier burguès desapasionado y reblandecido.
Creo entonces que, todo lo que hice en la urbe, antes de venirme al campo a trabajar en la heredad de la familia, pasó a la sazón a un segundo plano con rapidez inaudita, inesperada y fràgil, con el tiempo invariablemente desesperado escapando de sì mismo, hora a hora, en una tediosa procesiòn de desganos... Y desde aquel lejano momento, el rito y la morriña se ocuparon indefectiblemente de mis tiempos de granjero próspero y afortunado sin darme cuenta... Pero el recuerdo de ésos años en los claustros universitarios al lado de Olga, el repaso de ésos precisos acontecimientos junto a ella, ha quedado luminoso y permanente en mi memoria... Castigàndome, laceràndome asiduamente con su visiòn y menciòn dolorosa: destacado y concreto... innegable... Tal y como se estampa una mancha indeleble en un vestido níveo acabado de usar.
Por todo lo anterior, me inquiero entonces mirando hacia el pasado: ... ¿A què se debe el acto de no haber podido relegar completamente esos instantes al olvido?... ¿Por qué no he logrado enviar su malogrado recuerdo a las profundidades estigias de la memoria? ... ¿Dejarlo simplemente a un lado, abandonarlo; asì como abandona el laborioso campesino el azadòn despuès de la siembra?
¿Serà, me digo, porque luego del incidente en la habitación, consideré desde entonces que tenía perdida a la mujer que amaba y traté sin éxito de luchar por ella, quedàndome en la boca èste sabor amargo que aùn no se me quita?
¿Acaso fue porque, desde ésa misma lamentable y triste jornada, ingresé en el asco de la política y a partir de èse tiempo, he hecho las cosas sucias que he acometido; y desde entonces las pesadillas me acosan en los sueños, como dicen los historiadores que èstas despertaban a Cesar de sus vigilias?
Sinceramente, no lo sè... Y la verdad es que no he logrado jamàs descifrar con claridad, èse particular enigma que me acosa desde entonces por màs que lo he intentado... Empero, lo cierto, lo innegable de todo esto, es que antes de  conocer a Olga Estévez nunca había sentido un interés tan grande por mujer alguna en especial; ni me habìa atraìdo la lucha social, ni mucho menos me habìa preocupado por cosa distinta a los sucesos corrientes de una sociedad como la nuestra, tan convulsa e inequitativa... De ningùn modo me había ocupado del poder ni de los negocios públicos, ni me habìa interesado en lo màs mìnimo el bienestar o el malestar de la gente... Y mucho menos me importó saber, quien golpeaba a quien… ni cosa así por el estilo.
Sin embargo, pienso ahora, que los cantos de sirena de la anarquía revolucionaria que emanaba de Poltes –en toda su extensa y fùtil tautología-, y las actividades estèriles que enloquecían a la mujer que llamaba mi la atención, fueron quizà las razones primarias que me llevaron a inmiscuirme en esas lides para mì desconocidas hasta el momento... Lides que de paso, me encaminaron a atribularme sin tener un fundamento serio, con la simple alusiòn de ella y sus recuerdos... Considero tambièn que, esos irreconocibles juicios que me presionaron a mezclarme en esas controversias de razones y argumentos -que a su vez no me dejaron ver en un principio, la complejidad de la estructura psíquica que se escondía debajo de la engañosa sencillez de una vana atracción-, tal vez sean la reflexiòn preferente por la que me he visto atado a su memoria durante tanto tiempo... Mas sin embargo, debo admitir asimismo que la casualidad de que Olga sólo pensara en él, en su retórica, en su sofistería de izquierda y en su idealismo desmedido, como si èl fuera una prefiguraciòn insospechada de Dios, fue otro de los raciocinios que motivaron la marabunta de actos deleznables, perpetrados conscientemente por mì en su acecho y en su desesperada e infecunda bùsqueda.
Ya que en verdad estimo, que el hecho de que ella no tuviese ojos ni corazón para otro hombre que no fuera Poltes; que no existiese en su mundo otra justificaciòn a la felicidad personal -puesto que ella ùnicamente lo quería a  él, lo deseaba y le amaba, lo necesitaba de una manera absoluta y vital; tanto como se necesita del aire para poder respirar-, fueron estas razones, todas juntas y en definitiva comunicaciòn, las explicaciones que me impulsaron hacia el pantano vergonzoso de los celos y la suciedad interesada de la polìtica... No hallo otro argumento de mayor peso.
Esta hiriente conclusión, y el hecho irrebatible del desapego de Olga hacia mi, rondaron en aquellas fechas por mi cabeza muchos dìas luego del incidente... Se ensañaron con mi discernimiento y desde luego, me atormentaron y persiguieron de forma inevitable, hasta que finalmente decidí conocer al sujeto más a fondo, buscando con ello no sòlo seguir al lado de Olga, idolatràndola como ya lo venìa hacièndo desde tiempo atràs; sino tambièn, en procura de conocer sus defectos y hacèrselos notar a ella de manera delicada, cimentado màs que todo en la ingenua esperanza de que recapacitara: “si no puedes vencer a tu enemigo, debes aliarte a él para conocerlo y vencerlo”, me repetí pues, en aquella època, muchas veces antes de acometer el objetivo.
Y desde èsa vez, como por ensalmo, el tiempo para mi como dicen los viejos del poblado cercano, no ha pasado sencillamente, sino que en relaciòn a ella y a sus circunstancias, simplemente ha dado vueltas en redondo en mi cabeza como un trompo que gira y gira sin descanso, en la superficie de una tierra àrida e improductiva... Sin alegrìas y con mucho rubor rondàndome.
A partir de ése episodio por lo tanto, comencé a asistir a los mítines y conferencias y a las reuniones que los comunistas hacían de a menudo... Estuve yendo a las lecturas de  poemas que citaban en el paraninfo de la Universidad, y a los cerrados cineclubs a los que concurrían... A sus adoctrinamientos y charlas màs insignificantes, y hasta sus aglomeraciones familiares... Establecì, en fin, mucho tiempo para ellos estudiando sus tesis con suma dedicaciòn y observancia... Pero sobre todo, me dispuse a hacerme presente siempre en las representaciones teatrales de dramaturgos colectivistas como Meyerhold y Alexandr Tairov; esforzandome de continuo por estar en estas sin falta... Y ante todo, me las arreglè para no perderme los conocimientos especulativos de las obras de toda esa camada de dramaturgos, llamada luego formulista por el règimen opresivo de Stalin... El innombrable teatro de masas del realismo socialista, al que conocì impulsado por el resquemor màs acendrado.
Considerè por consiguiente, que se me hacìa indispensable caminar por donde quiera que los marxistas lo hicieran, y que de todas formas, mi obligaciòn era respirar el mismo aire deletèreo que a su vez ellos inhalaràn... Estimè igualmente prudente, que no debìa separarme de su lado aunque me molestaran sus maniobras; y que era de mi interés en igual guisa, reír y aplaudir con ellos de forma unànime, cuando asimismo estos lo hicieren... Fue por lo tanto una decisión bien pensada y concluyente; y con ella logrè sortear con algùn èxito, el irritante infierno que se depositò en mi doliente alma en èsa etapa imborrable de mi vida.
Olga Estévez, avisada, no lograba entender en tal caso mi proceder y le confundìa mi cambio... De un lado, le agradaba mi presencia en las reuniones, se sentía satisfecha cuando me veía hablar con Poltes; y entonces se ilusionaba sobremanera, anhelaba creer en mi conversiòn... Se enorgullecìa en extremo por "haberme convencido"... Pero le asaltaba en igual forma cierto nerviosismo que no podía disimular... Una alarmante y estremecedora desazòn que le hacìa dudar de mi.
El sexto sentido que dicen poseen todas las mujeres, le hacía temer algo:
“¿Por qué si lo criticabas tanto y tan cruelmente antes, de repente has cambiado de manera de pensar?”... "¿Por qué ahora no hay un evento político que te pierdas?"... Me averiguó un día recelosa, en una de las tantas lecturas de poemas que los marxistas programaban en la plaza ofrendada al “Che Guevara”.
En el breve instante que sucediò a las preguntas, noté en la entonaciòn de sus palabras un sesgo de duda peligroso para mis fines, al igual que una llamarada de riesgo en sus ojos que me sobresaltó... Y aturdido a la sazòn, no me quedó otra respuesta que darle: “Lo hago por ti -le dije-, para estar a tu lado”.
Algo indecisa, sonrió vagamente, titubeò gastando mis nervios electrizados, permitiendo que el tiempo corriera mientras analizaba la respuesta que le dì; pero màs tarde, enseguida de haberlo meditado durante un corto intervalo, aceptó con manifiesta dificultad mis razones, impulsada sin duda por la vanagloria: las mujeres –sépanlo-, se rinden fácilmente ante el envanecimiento provocado en cara de improviso.
Y asì las cosas, todo quedó allí ésa vez.
Pero una tarde, en el aula máxima de la institución, estando los tres sentados en la primera fila de uno de esos eventos, y cuando por momentos yo la miraba a fondo tratando de escudriñar sus más íntimos pensamientos; y a la vez observaba a Poltes que se notaba animado al lado de ella, como siempre ocurría; de repente, llevado inapelablemente por las ocultas fuerzas del destino, expresè algo de forma inconsciente que me traicionó..., que me vendió ante ella para toda la eternidad:
 “Se da un aire a Gandhiji”. Dije de forma irreflexiva.
La mujer entonces, giràndose hacìa mi lado, conmovida y frunciendo horriblemente la frente y las cejas en señal de mal humor, me indagó intrigada:
“¿Por qué dices eso?”.
En el segundo yo dudé en responderle, me enredé mental y verbalmente en un sinfìn de vacilaciones, y todo a la sazòn me empezò a dar vueltas en la cabeza, al igual que un remolino de viento y hojas secas... Empero Olga Estevez, ya molesta en verdad, no me dio descanso y me asedió de nuevo:
“¿Qué tiene él que ver con el Mahatma?”, me reconvino..., cruel y àspera.  
Y de improviso, deduje entonces que ya estaba descubierto... perdido... E irremediablemente me especifiquè que nadaba en la coyuntura, en un baboso lodazal de tormentos que me ataba aùn màs a ella y me anulaba por completo; e inferì que, sin obstáculos, me hallaba desenmascarado en el mismìsimo santiamèn por la mujer que me arrinconaba con su ferocidad e inalterable lealtad hacìa el hombre que idolatraba.
De modo que no me quedó otra alternativa por tomar, y le respondí..., asaz inoportuno... Evidentemente intempestivo y sin tino:
“Acaso no lo ves -le ripostè-...  Tiene ojos de loco y cara de santón”.
Creo que en la articulaciòn, me expresé con demasiada acritud y fuì vulgar buscando una salida al enredo... Ordinario y corriente... Lo suficientemente adocenado como para inspirar su desprecio; sin mirarla, fijando mis ojos en un joven que leía en el instante un poema de Maiakovski en la tarima; y pensando entonces que mis palabras resonaban, como amparadas por un velo tenebroso de tragedia griega:
"¡A las siete menos diez de ayer, se ha apagado el camarada Lenin! ... Este año ha visto lo que cien años no verán".
Oì que declamaba a lo lejos el muchacho en aquel tiempo.
Y yo no pude menos entonces, que retroceder en mi ànimo y reconocerme abatido, solo y desconcertado... Evocando asimismo de plano, que mi existencia para ella, como la de Dios frente los hombres, era un hecho notorio e innegable; pero a la vez imposible de permitirme entrar en relaciòn alguna con su persona; asì como tambièn ocurre con la posibilidad de nosotros, los seres humanos, de no poder allegarnos en alguna comunicaciòn directa con el padre celestial.
Con el correr de los dìas, reflexionè y reconocì que fui torpe al extremo y que llegué hasta ella inhumanamente mordaz; y por lo tanto, me dije, que eso le habìa molestado en exceso... Lo pude ver en sus ojos iluminados por los que cruzó un breve relámpago de ira; una llamarada fugaz que se agitò por segundos... No obstante, ella no dijo nada en la eventualidad... Se contuvo con elegancia e hizo una pausa y meditó en algo durante un sentido espacio de tiempo, procurando creo, un razonamiento lògico.
Al rato me miró desdeñosa, de arriba a abajo, como quièn mira una muestra excremental; y luego  si, volvió su mirada hacia el estrado donde el muchacho seguía con la lectura del poema, tal y cómo si a su alrededor, nada extraordinario hubiese ocurrido: despectiva y sanguinaria... lacerante en exceso.
Absolutamente, me previne luego, "la he perdido... Me he pasado de la raya", pienso que concluì a la sazòn.
No sè en realidad porque pensè cabalmente en eso, què me impulsò a hacerlo precisamente. Pero lo hice... Y al hacerlo sentì que una oleada de rubor me cubrìa por completo, haciéndome padecer con mayor rigor el desprecio de Olga, que en el momento, ante mis ojos, era un tìpico personaje de los sujetos femeninos de Patricia Highsmith... Frìa, calculadora y desdeñosa.
Y ello en verdad ocurriò, porque antes de expresar ése parecer sobre Poltes, veía admiración en su rostro cuando me daba ojeadas, cuàndo se complacìa en mirarme y me trataba de forma cariñosa... Luego de haber dicho lo que dije, casi de inmediato advertí fugazmente un desaire en sus atisbos... Una especie de desdén que creciò con su posterior silencio.
Las mujeres cuando aman o gustan de un hombre -me informè entonces a manera de tardìa enseñanza-, sienten especial predilección por ser de ése hombre... Se conmueven al reverenciarlo, y experimentan un gran placer al entregarse a èl y al atenderlo y servirle... Rìen constantemente, igual que avecillas desatadas al vuelo... Pero cuando no lo quieren o cuando éste les es indiferente o desagradable, son displicentes y lejanas, ajenas a todo cuanto pueda ocurrirle a èse varòn... Sienten y piensan de manera distinta y se tornan gèlidas e indolentes... Y en esos precisos minutos, en su faz se nota ostensiblemente el fastidio, la desestimaciòn y el incordio màs exacerbado... Seguidamente, a partir de ahì, se irritan entonces en grado sumo, al sentirse cuestionadas en sus pareceres por èse mismo hombre, siendo que precedentemente no lo hacìan.
Olga en el punto, no fue la excepción a la regla... No tenìa por que serlo... Sin dirigirme siquiera un vistazo y después de haberlo pensado prudentemente, atacó entonces con la furia de un escualo maltratado:
“Perdóname -dijo entre dientes-, pero ya me cansé de tus estupideces"... Y de seguido me aclaró en voz baja, pero intensamente enojada para que Poltes no la oyera discutir conmigo... "No eres otra cosa que un pobre diablo celoso”.
Turbado en aquel momento por el efecto de sus palabras, y molesto como nunca, le dije a la sazòn, alocado y turbio..., sin pensar:
"Qué puedo pues decir de ti... No eres más que una marioneta de él… ¿Por qué no hablas con tus propios tèrminos y conceptos?... ¿Es que acaso no los tienes?".
Le había jorobado en grado extremo y estaba mosqueada... La vi moverse en la silla con impaciencia y entonces en aquel tiempo razoné: “No hay cosa que moleste màs a una persona, que otra le diga en su propia, cara lo que ella sabe que es así y ésta no quiere aceptarlo, por una cualquiera de las mil razones que siempre tenemos a la mano, para no admitir lo que nos desagrada”.
Asì fue por lo tanto que, en la ocasión, luego de haberme escuchado, Olga se levantó discretamente de la banqueta en la que estaba apoltronada y me mirò con rabia... Con una feroz mirada que quemò sin consideraciòn los màs íntimos resquicios de mi alma... Hastiada y emputecida... Y màs tarde, resoplando de golpe, cansada y aburrida y alisàndose de continuo los cabellos flemáticamente, se fue a la par furiosa, refunfuñando envenenada; despuès de haberle manifestado alguna excusa al oído a Poltes.
Yo me quedè en el sitio congelado, sin palabras y ultrajado... Y en el momento me pareciò que un salmodio maligno, semejante a los cànticos perversos de una misa negra, se apoderaba vorazmente de mis sentidos.
Allí fue cuando entendì, que las palabras no caen al vacío asì porque si, sino que siempre tienen una significaciòn y un recorrido obligatorio e irremplazable... Y cuando me dije que no la buscaría más, que la dejaría tranquila... Que de ningún modo volvería a recapacitar en ella y que me perderìa para siempre.
Qué otra cosa me quedaba, si se había ido determinada y atrozmente ofendida; y yo habìa terminado desarmado y descubierto... Ademàs de repudiado.

 
III.


Jamás me ha agradado la idea de rogarle a alguien que me tenga cariño o que me ame.
Eso me disgusta, me causa bochorno y me empequeñece... Tan solo el hecho de pensar en ello me avergüenza y origina en mí una gran tristeza; y es allí entonces cuando experimento esa extraña sensación de desvanecimiento, que me hace pensar en la insignificancia de algunos seres humanos... Tal y como lo afirmara mi madre, no pertenezco a la especie de los que se dejan patear.
Nunca incluso, me ha gustado pedirle nada a nadie o aceptar dádivas que vengan motivadas por la  conmiseración... Las dádivas, sobre todo las que provienen de los ricos, en su gran mayoría -siempre lo he creído así-, son limosnas que estos brindan a los menesterosos para aplacar las culpas que les azotan y atormentan… Y jamàs, en algùn tiempo, ellas han sido soluciones a problemas personales o colectivos, que tan solo Dios o el Estado pueden solventar.
... Igualmente, ningún cariño rogado, alguna vez ha sido provechoso o auténtico.
Empero, menos mal yo nunca he sido uno de esos ùltimos desventurados, que andan por ahí clamando ayuda y necesitando de otros individuos para subsistir... De lo contrario, créanlo que sufriría en la articulaciòn como un alma en pena..., que padecería como ningún otro ser viviente... Y si me llegaran a preguntan porque soy asì, què me lleva a decir estas cosas; de seguro que no podría explicarles con luminosidad suficiente el porqué de ésa creencia tan arraigada en mì… Puesto que, aunque ella sea una certidumbre ìntima y al parecer fàcil de explicar, se me hace embrollada èsa aclaraciòn..., demasiado enredada .
Pero es así… De ésa forma pienso... Así es mi naturaleza humana... ¿Qué culpa tengo en ello si estoy hecho de ése material?
Sumado a lo anterior, està el hecho de que todo lo que he logrado hasta ahora, gracias a Dios y a mis padres –ante todo soy un buen cristiano y un buen hijo-, lo he conseguido por mis propios medios: buenos o malos, legales o ilegales, morales o inmorales... Qué más da... Què puede interesarle eso al vulgo, si tenemos en cuenta que lo que es bueno o moral para unos, no lo es para otros… Y que cada día que pasa, el círculo de la moral es cada vez más reducido entre los hombres.
De modo que,… ¿a qué viene ahora la moral o èse tipo de razonamientos?... ¿Què hay de llamativo o extraño en ella?
... ¿No es acaso èsta –en el decir de Nietzsche-, la resultante de la obediencia nuestra a las costumbres imperantes en el medio?...¿La verdadera razón de ser de nuestros hábitos?... ¿Y la costumbre, no es ella la manera tradicional de conducirnos, de comportarnos en sociedad? ...¿No es entonces lo de comùn ocurrencia, lo que regla nuestras vidas?
...¡Ah!... Y otra cosa... ¿no es por demás la existencia una constante pugna por demostrarnos que cada uno de nosotros tiene la razón sobre el otro?... ¿Que aquel es más capaz o mejor aprovechado que èste?... ¿O que yo tengo màs derecho que cualquier otro?
Respetando eso si -al menos en apariencia-, la ley... Porque también es cierto que hasta ahora, el hombre màs moralista es aquel que màs "honra" la ley... Incluso en los casos màs difíciles...Y no está por demás decirles que yo tambièn he respetado la ley, siempre... Puesto que he procurado, desde que tengo uso de razòn, no estar nunca al margen de ella y caminar invariablemente derecho y dentro de los còdigos... No al borde de ellos, ni mucho menos por fuera de estos.
No me llamen pues inmoral, si digo lo que les digo... Porque inmoral en esta comunidad -eso es lo que creen los nihilistas-, es el hombre emancipado, el intelectual, el revolucionario, aquel individuo que quiere depender en todo de si mismo; y no respeta de paso la autoridad, las costumbres y la tradición... Èse agitador moderno -estoy de acuerdo-, que quiere traernos nuevos usos, nuevas pràcticas ajenas a nosotros... es pues, de hecho, el verdadero inmoral.
El reconocido realismo del misògino Schopenhauer, es màs que diciente cuando sostiene que en realidad, cada uno de nosotros es un juez moral, competente y perfecto, que conoce exactamente el significado del bien y del mal... Y  que santifica y ama a lo primero y aborrece a lo segundo. Pero... eso lo hace sòlo mientras no se trata de sus propios actos, sino de acciones ajenas; y puede contentarse entonces con aprobar o desaprobar las actuaciones, recayendo el peso de la ejecución sobre las fràgiles costillas del otro... A eso tambièn le llaman, los que detestan el puritanismo original de John Winthrop, el doble rasero con el que se miden las maniobras no propias.
El antiguo aforismo latino "Quod licet Iovi, non licet bovi" (Lo que es lícito para Jùpiter no es lícito para todos), capta la idea de las relajadas normas de comportamiento que la èlite aplica a sí misma, y nos enseña de paso las normas más ásperas que aplica a las masas... ¿Lo ven?
De ahí por lo tanto que convenga de manera congénita, en aceptar como cierto y cruel, pero natural, el hecho incontrastable de la mojigatería tan engañosa en que nos debatimos... La mascarada que a diario nos reclama cada vez con mayor fuerza y obstinación… Y que me oponga a ésa situación tan solo calladamente, creyéndome la oposición en mi fuero interno: sin opinar, sin buscar romper los marcos de la comunicación de los hechos históricos... Sin querer llevarme de por medio los elementos socioculturales de mi generación… Y pactando con beneficio de inventario, con las reglas que rigen estas circunstancias... Ya que entiendo claramente, que èsa postura, al igual que el hambre,  la cárcel o los enemigos, es una buena educadora en èste medio engañoso.
Los hombres de hoy, pues, esos seres que descaradamente combaten a nuestros dirigentes y no quieren aceptar la inteligencia superior que ordena y dirige a los elementos de este mundo; es decir, a Dios y al Estado como las màximas verdades, son en la ocasiòn los deshonestos e impùdicos..., no yo.
Antes por el contrario... Yo me mantengo al margen de esta idea irracional y digo como Gentile, sumándole algo más a su decir: “Todo para Dios y el Estado, nada contra Dios y el Estado… Y mucho menos, nada fuera de ellos”… Porque para mí, el Estado y Dios, vienen a ser, aunados a la naturaleza indecible, simplemente la encarnación de una sola idea, absolutamente ética e irrebatible… y terminantemente decente.
Mas sin embargo, en éste caso particular hube de tomar las circunstancias como mejor me coincidieran… En la manera en que menos daño me hicieren... Y de ahí entonces que me saliese un tanto de la raya e hiciere acciones inesperadas, nunca antes realizadas… Después de todo, lo más racional es que el hombre busque siempre aminorar un poco los golpes que le da la vida, y que constantemente ande a la caza de las circunstancias que le permitan morigerar las derrotas y los desastres que sin esperarlos llegan… ¡Que procure permanentemente, salvar esos desgraciados obstáculos que nos laceran como urticantes mordidas de perro; y  que vivamos sin pesadumbres en la definitiva y deductiva creencia que nos permite concebir, que respiramos sin molestias en un eterno lodazal en el que prima el asqueroso chapotear de las pezuñas de los cerdos.
Asì las cosas, en èse tiempo y ahora, yo seguía -y sigo- constantemente las reglas... Respetaba y he continuado acatando el establecimiento; y ante todo, reverenciaba -y prosigo obedeciendo- las normas de conducta y todo lo relacionado con lo ètica de mi generaciòn... Pero Olga Estevez se habìa ido de mi lado, me había desechado... Y entonces, avergonzado y dolorido, me dije… “Bueno, tocará buscarme otra, en fin de cuentas todas nos dan lo mismo”.
Y quise en aquel tiempo seguir mis procedimientos en tal sentido, obviando el coyuntural fracaso...Fingiendo y  chapoteando en el indigno lodazal de los cerdos... Mas la cuestión no funcionó asì, no se dio; ya que Olga se había depositado en mis cèlulas como un virus maligno e indeseable, como una una enfermedad denigrante... Algo asì como un maldito agente infeccioso que me dañaba todavìa... ¡Un bacilo molesto al que habìa que exterminar si querìa seguir siendo un hombre autònomo!
Entonces me dije resentido: “esto es ojo por ojo... Si ella no quiere conmigo, si no le agrado..., le quito a él en venganza lo que más le gusta”... Y optè a la sazòn por romper las normas, circunstancial y precavidamente... ¡como constantemente lo he hecho a partir de èse trance!
Porque lo que más le gustaba a Poltes, no era Olga… Eso lo conocía èl de sobra.
El sujeto tenía asimismo otras mujeres idiotizadas en su haber... Y el hombre estaba seguro, en su "grandiosa sabiduría", que Olga era una fèmina simple y resumida... Una hembra màs que le amaba sin entender nada, sin razonar ni polemizar en forma alguna... Una muchacha a la que intuía vacìa, veleidosa y manejable... Y de ahí entonces que confiara en ella terminantemente, tal y como se confìa en un perro que desde pequeño està con uno, y al que el dueño ha alimentado y domesticado con autoridad predominante.
A Poltes por supuesto, lo que le absorbía esencialmente era la masa de estudiantes, el poder que ejercía sobre ésta... Lo que realmente le interesaba, razonè sin mucho esfuerzo, era el dominio espiritual que practicaba sobre la aglomeración humana... su sometimiento... De ahì pues, que ése sensorial saber, oculto y primitivo, le causara tanta fascinación y le hechizara en grado sumo.
Por eso me ordené de inmediato...”Se la quitas, como sea, pero se la quitas”.
En aquel tiempo, desde luego, fue cuando me expliqué entonces sentencioso: “El odio y el amor -me dije-, son dos fuerzas poderosas que constantemente han movido al cosmos en su acomodo, buscando invariablemente apuntalar la confianza en sus propios méritos…Y a ellos hay que englobarles, en cuanto a sus métodos y fines, otras perturbaciones básicas de la personalidad como son los sentimientos de inferioridad y el miedo… El amor y el odio luego, vienen y van, al igual que esos otros componentes en nuestro interior, agitando la existencia y enturbiando o aclarando las aguas… Realizando sin estorbos, enteramente, los objetivos que se proponen… Ellos, como los otros elementos, son como una especie de francmasonería que late en los espíritus terrenales, en la que las acciones están reservadas y sólo son de interés para sí mismos… Pero nosotros, de manera indecente y cuando lo creemos apropiado, nos aprovechamos en tal caso de ésas emociones y las alentamos perversamente, como a pequeños íncubos y súcubos en sus pasiones malsanas, gozando o sufriendo màs tarde de sus consecuencias… Sin embargo, cualquier día, para desgracia o fortuna nuestra, por una cualesquier de las muchas razones egoístas que vienen al nùcleo del asunto, notamos a la sazón que son esas emociones, precisamente, el motor que nos impulsa definitivamente… La fuerza motriz que mueve nuestras acciones y que causa en los demás, alegrías o tristezas... Y que aherroja de contera en nuestras vidas, la desgracia o la felicidad.”
Y en la coincidencia, el caso era que yo, por ejemplo, amaba a Olga... Padecía un inefable sentimiento de bondad hacía ella y la deseaba con una pasión desmesurada, igualmente... Y en el entretanto, los comunistas por su parte, odiaban visceralmente a los adinerados dueños del gobierno de la nación: a los industriales, ganaderos y banqueros, a los políticos que quitaban y ponían fichas en la administraciòn, a los grandes comerciantes y a los dueños de la gran publicidad que alimentaba y esclavizaba, no solo a los medios, sino tambièn a la masa amorfa... Esa materia sin forma propia, èsa mezcla informe y sombrìa que no gusta de pensar sino que, abiertamente, escucha y acepta todo lo que le oye decir y propalar a los demàs, sumándose en nùmero y descrédito a los poseedores del poder. 
De ahí entonces que me dijera, pleno de odio y fastidio… ¡Unàmonos! ... ¡Unàmonos!... ¿Què carrizo importa que esos infelices directivos no sean iguales a mì, ni me tengan en cuenta para nada?... ¿O que yo no sea uno de ellos?...  ¡El hombre de negocios, el verdadero hombre afecto a los intercambios y a los intereses, siempre ha de estar con el poder de turno... Y aquel sujeto que posee un carácter al menos convincente, nunca se domestica... jamàs se entrega!
Y luego, con sobrado apoyo, me aclarè: "aquì no hay riesgo de que yo me les doblegue... ¡Ellos necesitan ahora de mì!... ¡Y yo requiero de ellos para mi resarcimiento!... Entonces, para poder seguir en el juego y continuar prevaleciendo, yo sòlo debo contar con ellos y con lo único que queda en mi haber".
... Y lo único que quedaba de valor en mi, serpeando sobre las opacas aguas de mì maltratada humanidad fìsica y sobre mis inervaciones -momentos despuès de la desilusiòn-, era mi universo mental... El establecimiento de èse otro espacio que està inextricablemente unido al mundo fìsico... La esencia de la realidad humana, en la que el universo fìsico y el psìquico, a pesar de no ser iguales, forman parte de una simetrìa especial, que nos señala la corroboraciòn de saber a fondo quien es uno y para què ha nacido... Èse impulso básico de los seres humanos, que lleva al hombre no solamente al simple deseo de comer o de fornicar o de poseer materialmente, sino que tambièn le indica la voluntad de poder... La certeza y la confianza en sì mismo, el sencillo deseo de seguir adelante imponiendo nuestra voluntad, pase lo que pase, sin importar para nada el transitorio desliz que nos haya afectado alguna vez.
... Tambièn seguìa titilando a mi lado, el avizoramiento nebuloso aùn, del valor y la decisiòn con los que debìa seguir enfrentando la existencia... El coraje y el talante que me reclamaban, luego de la decepciòn sufrida... Y fue en esos dìas cuando me dije decidido que, ningùn concepto, constructivo o negativo, puede manifestarse en uno, a menos que se le dè el carácter de emocional... Por lo que considere màs tarde, con sobrado fundamento, que debía apoyarme sin controversias en la mente subconsciente (en la sede de las emociones del hombre que es sumisa ante la realidad objetiva); y de ahì que por lo tanto que dejara a un lado, desde entonces y para siempre, la indecisión y el recelo habitual de los terrenales perdedores.
Por supuesto, Olga me había desahuciado y dejado en ridìculo, era cierto... Mas sin embargo, se avenían conmigo en el espacio mental y en la ocasiòn, la voluntad y la representación del éxito, la expresión de lo implícito en mì naturaleza, y de lo que subyace espontàneamente y lucha por manifestarse en el alma de cada quien… Con todos esos principios espirituales en mi mente, decidí entonces salir a enfrentarme al fracaso, representado en el recuerdo de Olga. “La próxima vez que mujer alguna me interese -me reconvine al momento-, no habrá piedad alguna en mi corazòn... Ante todo serè lo primero, lo màs importante”.
Con el tiempo y la disposición mental, de poco o nada me importó a la sazòn el ingrato desahucio, el descalabro; puesto que me alenté diciéndome ufanado, que la firme y decidida sugestiòn en la interacciòn de la mente consciente y subconsciente de los hombres, al final de todo, era la materia sustancial que debía tener en cuenta, únicamente, para seguir en el camino de la lucha diaria... No importaban por consiguiente para nada, la voces atropelladas de la decepción sufrida, ni el reconcomio perturbador... Debìa sòlo aprender a sugestionarme, a persuadirme; y lo harìa entonces con calma, puesto que el hombre no cree de inmediato en lo que quiere creer, sino que necesita espacio y tiempo para ello.
Luego, en esos dìas, dispuse las cosas de tal forma, que asì logrè restaurar de seguido el equilibrio emocional y el mandato inveterado del hombre nacido para triunfar... Y en èsa hora en la que me propuse acabar con Poltes, fue cuando caí en la cuenta que verdaderamente, cuando uno se propone hacer algo, lo hace: tan sólo se necesita una pizca de querer, una voluntad resuelta y dura; y mandar de hecho al demonio los prejuicios…  No màs que eso.
Decidí en la oportunidad, por lo tanto, entenderme con los directivos de la Academia a la menor brevedad posible... Hablar con ellos sin reservas ni tapujos, y frentearlos con la finalidad expresa de plantearles mi plan de lucha, en contra de los marxistas... Y para tal fin, en esos dìas, solicité una cita.
Los directores -de su parte-, se hallaban enloquecidos con los desmanes de la muchachada en el claustro, que pretendìa paladinamente cambiar la direcciòn del mismo y nombrar en su lugar a alguien de su propio sentir... a uno de ellos. Y en lo que a mí tocaba, me enfurecía y frustraba el desaire de la mujer que amaba… Lo lógico era entonces que nos colaboráramos, que nos asistièramos mutuamente... Y de ahì que pensara de forma razonable, que el fin justificaba de por sì los medios y las alianzas en la congruencia.
En esos instantes de ansiedad indescriptible, concebí sin duda la ilusiòn del poder y percibì igualmente, que èste me reclamaba y que las circunstancias me investían... Que las ocurrencias, los sucesos desparramados, clamaban por mi lugar en el sitio de  lucha... Y como siempre acaecìa, me sentí predestinado... elegido por la vida para algo sustancial.
Luego de algunos días con sus evasivas, con mis idas y venidas reiteradas, los directivos me recibieron finalmente en la oficina del priorato, con algo de disgusto solapado en sus batidos rostros... Molestos en aquel entonces, sumamente fastidiados y tal vez, como ùltimo recurso a la mano, accedieron finalmente a verme.
Previamente –en un sencillo escrito-, les había remitido mis intenciones con la firma y el arrojo de otros condiscípulos; y así fue que, con el rector a la cabeza y otros concitados, iniciamos el diálogo encerrados en una oficina hermética -opresoramente forrada con una delicada y bruñida madera de color caoba-, desde la que se oían  los gritos desgarrados del estudiantado rebelde, que en los patios braveaba y destrozaba todo lo que encontraba a su paso... Para ellos -los izquierdistas-, la hecatombe del establecimiento y sus directivas era primordial, ya que seguían al pie de la letra las disposiciones de Bakunín: “En la destrucción está la semilla de la nueva construcción”.
... No debía pues, quedar nada en pie... El nuevo orden, por lo visto, debía empezar a edificarse a partir del alzamiento y en razòn a la impunidad reinante.
Ya sentado frente al rector, especulaba al verle gesticular y cuchichear con los otros individuos que nos acompañaban en el sitio: el hombre era un sujeto delgado y de estatura màs bien pequeña, elegante, de cabellos blancos y de un tenso abdomen, naturalmente aplanado, que resaltaba su delicada figura de muñeco de porcelana... Poseìa igualmente un resto de cuerpo cicatero y quebradizo, siempre listo a aislarse de la gente, que parecìa oscilar a cada instante... Y presumía además, sin querer ocultarlo, de un desprecio innegable hacia todos los que estábamos a su alrededor... En especial hacia mí, un perfecto desconocido sin credenciales que le miraba sin temores.
Vestía  un traje gris de paño inglés, finamente cortado y cosido... Y una estilosa corbata italiana de seda roja –purpúrea-, se posaba encima de la almidonada camisa blanca, que lucìa impecable y resplandeciente... Fulgente en mimos.
Sus manos delgadas, acicaladas y trémulas, golpeaban con insistencia el cristal que cubría cuidadosamente el escritorio, a la par que murmuraba algo, sosegada y religiosamente. El individuo tenía un rostro cenceño, de un color semejante al marfil, casi enfermizo; y lucía cansado y lioso, próximo al infarto... Unos ojillos perversos, apagados y casi lineales -similares a los de una rata almizclera-, se movían maniáticos bajo los lentes de un vidrio blanco esmerilado, engastados en un marco dorado.
Se mostraba asustado y contenido a la vez, incapaz de solucionar la problemàtica que le cercaba. Los estudiantes marxistas de los que, supuestamente era su director, le tenían loco, azarado e indeciso... Cercano al paroxismo... El descarriado alumnado le preocupaba en exceso, ya que llevaba en huelga algo más de veinte insoportables días y no lograba calmarlos y hacerlos entrar en el redil... El cuerpo de los maestros tradicionales, por su parte, le había aconsejado que le diera entrada a la fuerza pública, que tomara fuertes medidas represivas. Pero él, obedeciendo a una secreta voz interior no había querido proceder en tal sentido.
Aunque ardía en deseos de mandar a  matar a más de uno, no se atrevía a hacerlo por temor a la gran  prensa liberal que seguía de cerca los sucesos... “¿Qué quiere usted?", me preguntó de repente con algún agotamiento, luego de haberme hecho esperar un buen rato sentado frente al sillòn de mando.
“Yo soy la persona que le va a limpiar toda esta suciedad -le respondì-, soy el hombre que le va a acabar con éste desorden... Pero necesito de su apoyo”.
Me había costado tiempo y trabajo lograr la entrevista con el hombre; y por lo tanto, había decidido ser firme y explicito llegado el momento. Al principio –fuerza es reiterarlo-, se había negado a recibirme, desconfiado o prudente... precavido tal vez. Mas luego, ante la feroz insistencia de mi parte, decidió atenderme.
Establezco ahora que le llamó la atención mi obstinación y el pequeño esbozo de acción que le envié… No encuentro otra razón que le haya hecho cambiar de opinión al respecto.
La secretaria, previamente me lo había advertido: “es un hombre muy  ocupado -me dijo-, sólo le dio cinco minutos, así que procure hablar usted rápido y coherente… No incurra en necedades“. Por lo que así procedì, no me quedaba otro camino.
“¿Qué clase de apoyo quiere?”, me preguntó despuès el elegante sujeto, luego de haber meditado unos segundos.
Entonces le expliquè con firmeza y tranquilidad -buscando en él la absoluta atención-, todo lo que habìa maquinado:
“La fuerza del verbo debe ir siempre acompañada del garrote -dije-... Deme autorizaciòn para organizarle algunos muchachos, póngase de acuerdo con la fuerza pública y le aseguro que le limpio esto pronto”.
Me dirigí a él sin pensarlo mucho, con indecible solidez, y mientras le miraba inconmovible a los ojos. Y el hombrecillo, por lo visto, en el segundo pareció temblar, no sé si de rabia o sorpresa por mi atrevimiento, pero lo hizo.
Con el rector, como expliquè al principio, estaban otros dos hombres más en la dependencia, que tan sólo escuchaban servilmente... Misteriosos e insondables... Se encontraban ubicados en un diván pegado a la pared del despacho, al inicio expectantes, serios, y luego sì, bastante colaboradores. Uno de ellos, alto y delgado, medio dulzarròn èl, se miraba las uñas de la mano derecha y se las soplaba con insistencia, como queriendo limpiárselas aún más de lo que las tenía.
Los tres hombres eran similares en su comportamiento: vestidos casi de la misma forma, con los mismos gestos y entonaciones aflautadas al conversar y al agitarse, echaban de continuo vistazos de lado, igual que los ciervos en el bosque… Parecían unos trillizos acorralados en el vientre materno, por algùn demonio acuoso que pretendiera devoràrlos.
Al verme llegar, sólo me habían mirado y se habían secreteado entre sí; pero cuando comenzó el dialogo, y al empezar a conocerse en detalle mi propuesta, se interesaron de lleno y me observaban desde entonces con pasmoso detenimiento.
Durante un intervalo de tiempo considerable, acometí entonces con gran énfasis la teoría de Rensi, pausada y minuciosamente. Y reconozco, no sin poco sudor, que me costó trabajo hacerles entender que la autoridad cómo filosofía de gobierno, era indispensable y forzosa en cualquier actividad:
”En el campo político –recité por él-, como en el económico y en el espiritual, la necesidad más profunda y la sed más viva, es la urgencia y la sed de dominio... A ustedes –con el debido respeto-, les ha faltado eso... Han dejado a un lado el mandato de la potestad, se han debilitado mentalmente… Y el enemigo se ha aprovechado de ello”.
“Han sido débiles, les ha faltado superioridad”, les insistì.
Entonces uno de los dos hombres que acompañaba al rector, un individuo calvo y oloroso a colonia, chaparro y femeninamente excitado, me reprendió con cierto gesto de molestia:“Oiga, oiga… no sea irrespetuoso”, alcanzó a balbucear. 
“Si, –exclamó el otro, el que se soplaba constantemente las uñas de la mano derecha-, sería bueno que ocuparas tu lugar”.
El rector por su parte, inamovible, no expresò nada, sòlo alzò una de sus manos y les ordenò callar, descortès y algo molesto. 
“No es irrespeto, les dilucidé en seguida, es cuestión de análisis, de escrutinio de la verdad. Una forma diferente de decir las cosas tal y como son... No es la liturgia tontarrona que ustedes persistentemente emplean”.
“Estamos en una democracia, joven; no podemos brincarnos así porque sí el estado de derecho”, me especificó de continuo el hombre que se soplaba las uñas.
“Lo que usted quiera, pero aquí, cómo en muchos otros casos, no puede aceptarse que una mayoría vulgar, sin experiencia e idoneidad, reemplace a un jefe en la dirección de una entidad como ésta... En estos trances, las subjetividades y el estado de derecho no cuentan”.
“¿Y qué vamos a hacer con la prensa liberal, con los profesores que se oponen a que utilicemos la fuerza pública?”, exclamò acentuado el regente, que en la coyuntura me habìa estado observando con mayor atención, en una especie de silencio apagado e incòmodo, anunciador de sorpresas.
“A la oposición hay que acallarla con argumentos o con acción... La oposición es un ente serio y competente, de respeto. Pero ella debe limitarse a la intimidad del pensamiento, sobre todo, cuando èsta no deja cimentar, cuando obstaculiza el mandato… Y cuando estorba el orden de nuestra clase social... Entonces y sòlo entonces, debe ser reprimida”.
“¿Pero, eso sería un acto de brutalidad?", pretendió explicarme el refinado superior.
“¿Y?… -Le repliquè.- ¿Acaso la brutalidad no hace parte de nuestra naturaleza?”.
"La crueldad consciente de la que todos los hombres, desde siglos inmemoriales hemos hecho gala, esa ferocidad o brutalidad que con el paso del tiempo y sumada a la educaciòn, se vuelve luego una impiedad intelectual y metafìsica, racional y cartesiana..., ¿no es acaso propia de nosotros los humanos?" 
“Joven, eso sería atropellar la juridicidad existente”, dijo a la par el individuo calvo, empotrado en su asiento y bañado en aromas delicados.
“Recuerde señor –me permití entonces sugerirle-..., recuerde que el derecho se entroniza en las sociedades por medio de la  fuerza… Y ùnicamente a través de los vencedores... No nos digamos mentiras de señoritas sensibleras”.
“Se desataría una guerra”, casi gritó el calvo ésta vez.
“Sí… y qué, a qué le teme... Los hombres debemos estar preparados para ella, cómo las mujeres deben estar listas para complacernos sexualmente o parir… ¿O no es así?”.
El rector en aquel tiempo, alzó de nuevo las manos hastiado y dijo:
“Tiene razón el caballero... Aquí ha faltado mano dura, carácter... Y quizá, por qué no, un poco de marginalidad dentro del orden establecido... Un tanto de democracia, un poco de vandalismo… Las dos cosas se pueden conjugar si actuamos inteligentemente”... Esa expresiòn de su parte, me llevò entonces a reconocerle cierto criterio, algùn oculto respeto por el que me dije:
"Por algo èse hombre es el rector". 
El otro individuo que estaba acomodado en el canapé (el de la amadas uñas), se levantó de golpe del asiento y luego, con la parsimonia propia de la cultivada educaciòn, se dirigió entonces al rector y le pidió a éste hablar en privado.
El regente se irguió de la silla, perezosamente, con una distinciòn casi inmaculada; y sin hacer aspavientos indecentes, llamó de seguido al tipo gordo con una delicada seña en la que se denotò nuevamente su amplia y merecida autoridad... A continuación, se reunió con los dos camaradas en una esquina del despacho, movido esta vez por un sinnùmero de reservadas y poderosas emociones.
En aquel tiempo, sonreí nervioso y pensé en la oportunidad que mi alma estaba a la altura de las grandes circunstancias y que ocupaba de golpe el interés de unos hombres influyentes, venidos ahora a menos… Razonè que había dado un paso sustancial en mi vida y que debía esperar a que ellos resolvieran sin presionar… Deduje que el tema para ellos era escabroso, y discurrì pues, que era mi deber tener paciencia sin mostrar inseguridades… Al final de cuentas, ya estaba acostumbrado a esperar y conocía de sobra que ésa era la única manera, en cualquier coyuntura, de dejar pasar el tiempo.
Al momento, cavilé de nuevo ensoberbecido… “¡Cuán subalternos y dilatorios se ven allí, apiñados y nerviosos en busca de una respuesta acertada!” Me aclarè… Y despuès de un rato, calmado y ya agotado por la presiòn de la espera, les observé conversar y gesticular sin apetencias de que acabaran ràpido, por espacio de un cuarto de hora… Pretendían llegar a un acuerdo, supuse; así que los dejé hacer... No era preciso importunarles. 
En el entretanto, mientras ellos averiguaban què hacer, matè el tiempo fisgoneando los cuadros y retratos de otros anteriores rectores de la instituciòn, guindados en las paredes, y observè detalladamente los libros que reposaban acomodados, en orden milimétrico, en las pequeñas bibliotecas de tarugo que exornaban el despacho... Les escuchaba asimismo, conversar en voz baja por pausas, alterarse por momentos, casi que increparse y discutir acaloradamente màs tarde; y luego callarse y reflexionar sobre lo que argumentaban... Hasta que finalmente dejaron de conferenciar y pararon de pujar.
Habían convenido algo, rumié.
Mas tarde, me sentí aùn màs nervioso cuando los vi caminar hacia donde yo me hallaba: sonrientes y maliciosos, al tanto que se arrimaban y se sentaban de nuevo, esta vez en derredor de la mesa de conferencias... Pero me tranquilicé cuando el director del claustro me habló apàtico, absolutamente distante y al parecer sin emociòn:
“Está bien -dijo-, en principio nos gusta la idea, pero requerimos de un poco de tiempo… Debemos hacer algunas averiguaciones, tenemos que discutir algunos puntos no muy claros con los asesores legales...Usted sabe…, ante todo la legalidad”.
En el instante entendí de golpe que el encuentro había terminado, y casi brinqué de la silla en donde había estado acomodado casi todo el tiempo en el que estuve con ellos. Ya de pie, di sobresaltado las gracias por el honor que me habían conferido al recibirme y escucharme; y me despedí a continuaciòn de manos disponiéndome a salir... "Ya eran mis cómplices", pienso que deduje en aquel punto.
También me emocionó en demasía, la sonrisa considerada y sin artificios que descubrí esta vez, en los apocados rostros de los personajes de la reuniòn:
“Tómense todo el tiempo que quieran” dije, y salí en dirección a la cancela haciéndoles un guiño de ojo.
Cuando abría la puerta, el rector, muy ladino èl, me curioseó:
“¿No te da recelo que te tilden de fascista?... ¿Porque eso, seguramente, es lo que van a decir de ti?”.
Con el pecho soplado por la emoción, le confesé ahí mismo, llevado por el apasionamiento:
“No... La cosa es así de concisa: si ellos golpean, hay que devolverles el golpe... Si piden conferenciar, hay que abrirles el debate y entretenerlos al tanto que buscamos la forma de vencerlos en el dìalogo... Además, esos tipos no se molestan cuando los llaman “comunistas” o les tildan de “subversivos"... Ellos están conscientes y orgullosos de su papel”.
Y de seguido agreguè: ¿Por què no estarlo nosotros tambièn?
En aquel soplo de tiempo, el rector, más que satisfecho, impuso a la sazòn su flema:
“Bien, pero escucha esto: ¿toda la responsabilidad será de ustedes si es que acordamos la autorización y fallan en el empeño, ok?”.
El hombrecito -me dije aùn dentro del gabinete-, había decidido con la correspondiente gravedad del caso, convencièndo a los demàs al mejor estilo del afamado y legendario prefecto romano de la provincia de Judea en los años 26 y 36 de la era cristiana; escurrièndo y hacièndo asimismo escurrir el bulto a los otros... Por si las moscas.
Y fue allì a la sazòn, cuando recordè con toda intensidad una opiniòn compartida entre Stalin e Ingenieros... "Lo de comùn ocurrencia no es el individuo de aptitudes ni el retrasado. El hombre que nos rodea por doquier, el que triunfa y se reproduce en el silencio y en la oscuridad, es el mediocre".
Por consiguiente, mientras salia, les miré de soslayo y no pude dejar de sentir vergüenza ajena ante el fariseìsmo que ahora inundaba el sitio... Mas sin embargo, les volví a guiñar el ojo socarronamente... Y supongo que con el paso del tiempo entendieron mi propòsito, porque a los pocos días nos llegó la orden:
“Pueden actuar”.


IV.
Los hijos de los nobles y burgueses, también tienen su orgullo y su particular coraje... No màs hay que buscàrselos... Ellos son rosaditos y gordezuelos, medio cacorrones por los mimos y complacencias que les brindan los ascendientes en la infancia y la pubertad... Niños sanos y bien formados, que llorando lo consiguen todo... Polichinelas de felpa, que casi siempre crecen consentidos por la madre y malacostumbrados por el padre... Màs tarde, cuando se estiran y creen madurar, se muestran atildados, refinados y azucarados por las buenas costumbres y la vida fàcil... Y muchos en exceso son amanerados y remilgados en su trato, dèbiles de caràcter e infatuados; jóvenes caprichosos que se desarrollan y acostumbran a la comodidad de sus hogares y al confort de sus fortunas... Pero igualmente ellos tienen gónadas y saben ser sicarios cuando se les urge a serlos… Y si a ello se le suma el atractivo y esplèndido espìritu nacionalista, que los envanece  aùn màs y los hace creerse de veras, valiosos y machos de verdad-verdad, entonces, con mayor razòn han de ser ùtiles y vitales para la disputa y las acciones bruscas... No lo duden.
Los oficiales de Alejandro Magno, por señalar un prototipo, los héroes legendarios que invadieron y vencieron a los poderosos persas... ¿no procedían en su gran mayoría de las clases más pudientes de Macedonia?... Los proverbiales guerreros de Alcibíades, el truculento y orgiástico general ateniense –valientes y bisexuales-... ¿no eran igualmente descendientes de los aristócratas helenos?
... Y Aníbal Barca, el rayo que gozaba del poder de Baal, y quièn fuere llamado igualmente "el padre de la estrategia militar", junto con su progenitor Amilcar y su cuñado, Asdrùbal el Bello; los feroces y batalladores protagonistas de las guerras pùnicas contra el imperio romano... ¿no pertenecìan acaso a las clases màs acomodadas de la, en èse entonces potencia marìtima y militar del norte de Àfrica? 
Pues bien, la generalidad de los muchachos que reuní y organicé -al menos con los que se iniciò el grupo-, para la labor de arrebatarles el manejo de la masa de estudiantes a los marxistas que procuraban el cambio de las directivas, eran similares a ellos... De su misma esencia y configuraciòn psicològica... En su mayorìa, niños mimados y viciados, con algùn desorden emocional, hijos de mesócratas y hacendados adinerados, que habían preferido el claustro universitario por las condiciones educativas que èste les brindaba y el prestigio que adquirirìan por el màs tarde, formaban al unìsono, una masa de chicos obesos y rosáceos, de buen vestir, perfectamente acicalados, señoritos artificiosos de elegante caminar, sujetos de un lenguaje eufemístico y de mentes infantiles, que poco o nada sabìan de sacrificios; y que sin embargo, estaban equivalentemente deseosos de repartir cachiporra a los infelices que injuriaban la fundaciòn que sus padres habían ayudado a instituir y crecer, con el fruto cicatero y malèvolo de sus boyantes negocios, fundamentalmente amparados en la falta de equidad y en la trapacerìa continuada.
... Infelices que, de paso, les impedían con sus paros y mítines, su alharaca y el desbarajuste creado, el poder continuar con los estudios que los capacitaría para enfrentarse luego a los avatares de la vida implantada desde tiempo atràs, por el indolente y mezquino capital del que sus padres igualmente eran detentadores.
Los muchachos nuestros odiaban con mayor razón, a los descastados que estaban en franca alianza con los izquierdistas de Poltes, quienes pregonaban a su vez un humanitarismo socialista, beatón y de moda, que perseguìa segùn ellos, la utòpica igualdad entre los humanos tantas veces rebatida... Y alargaban su decir sosteniendo que èsta doctrina, supuestamente, evitarìa en las sociedades el desempleo galopante, la explotación del hombre por el hombre, la carencia de recursos para el acceso a la vivienda, la educación, la sanidad, el transporte, el ascenso galopante del coste de los productos de primera necesidad, las injustas rebajas salariales, el empleo precario, los aumentos de la jornada laboral, la represión de la vil y vendida policìa del Estado; y de forma especìfica, el cese de los privilegios que tenìan y ostentaban los poderosos... Recelaban asimismo, màs que de cualquier otra cosa, de las consecuencias que la pérdida de autoridad de los directivos les traerían consigo al claustro del que ellos eran símbolo e imagen, y del que presentìan su irremediable extravìo.
Así que entonces, aceptaron complacidos, pero a la vez sobrecogidos e inquietos, la incitante y novedosa propuesta que se les hizo; y de firme comenzaron a asistir a las reuniones de adoctrinamiento que se programaron, para placer y conveniencia de las directivas y profesores de la derecha, con celo y dedicaciòn sorprendente... Ya por èse entonces terminantemente decididos y gustosos, y con una disciplina espartana nunca antes vista en ninguno de ellos.
No estaba en la verde conciencia del grupo, eso si queda claro, el hecho ostensible de que una naciòn comienza a morir sin remedio, cuando da rienda suelta a la corrupciòn de sus superioridades, cuando se deja tomar por la mezquindad de espìritu de sus dirigentes, y cuando se debate infructuosamente en sus luchas intestinas, llevada de la mano por el fanatismo enceguecedor de sus cabecillas... Què iban a saber los muchachos de esas cosas, si todavìa eran unos mozos sin experiencia cierta.
Pero, más rápido de lo que creí, los chicos aprendieron la lección y estuvieron dispuestos a ponerla en pràctica bien pronto... En cuestión de días, nosotros también organizábamos asambleas que llamaban a la oposiciòn del paro en la instituciòn, coreábamos consignas nacionalistas, empapelábamos las paredes con las imágenes de los líderes de la derecha, y hacíamos un caudaloso y devastador proselitismo político que crecìa dìa a dìa, frente al estupor del grupo de la rectorìa y la molestia de los rivales... Los comunistas por su parte, desde lejos nos miraban de reojo enfurecidos y a la vez temerosos, al igual que lobos de una manada hambrienta azotada por el fragor de una escopeta presta a seguir disparando, sin que pudieran hacer nada por evitar nuestro crecimiento... Algunos de ellos que se atrevìan a pasar por nuestro lado, embrutecidos por la rabia que apenas contenìan en sus ojos, nos lanzaban de seguido improperios y pesados salivazos que ordenè no responder, hasta tanto no estuviere listo el plan de ataque final... Habìa que darles confianza -le indiquè a la muchachada-, manejarlos, sostenerlos... Dejarlos llegar confiados al cerco tendido en la oportunidad propicia. Y entonces, al notar sus confundidos rostros, me dije en la oportunidad que los rivales estaban prestos a ser domesticados y que perdìan inevitablemente su unidad moral: " Son nuestros", pensè. "No son genios, no tienen fe en lo que hacen, son sòlo fanàticos... hombres vulgares que se dejan intimidar". 
De los primeros en llegarse al grupo de rebelados, fueron Alfredo y Julio Batista. Dos hermanos pendencieros, sin ninguna instrucciòn polìtica ni humanìstica... Sencillamente habladores, escandalosos e intolerantes... Sincero en extremo el primero de ellos, e hipòcrita fino y redomado el segundo... Los mancebos eran hijos de un finquero millonario, que tan solo les habìa inculcado el amor a contar, de vez en cuando, las cabezas de ganado de su finca y los bultos de arroz de cada cosecha recogida; a màs, eso sì,  de haberles insuflado un odio entrañable en contra de la mesnada revoltosa, que por esas jornadas asolaba al paìs... Jóvenes idòlatras de las creencias y el amor de sus padres, por la doctrina falangista del III marquès de Estella, Josè Antonio Primo de Rivera; los cuales aportaron dinero para la gesta y algunos libros traìdos de la biblioteca de un jefe conservador del que eran amigos... Llegò con ellos tambièn, Marcelo Díaz, un muchacho callado, tìmido, que plegaba constantemente un ojo al mirar y pedìa permiso para todo, menos para pensar; y que conservaba en su mirada triste, una suavidad que no anunciaba ningùn demonio escondido en su alma... Sabìa de igual modo algo de inglès y de humanidades, conocìa de periódicos y revistas, leìa lo necesario; y sentìa mucho la vida cruel y humillante que hasta el momento habìa llevado. Mas sin embargo, no la percibìa lo suficientemente a fondo como para comprender del todo lo que hacìamos. Era asimismo un mozo pobre y mal trajeado, que se acercò al grupo llevado por la curiosidad y la falta de quehacer, por mera ignorancia de los hechos y arrastrado por el destino caprichoso de cada quièn... Pero con el tiempo progresò, se fue instruyendo y llegò a comprender màs de la existencia y de la polìtica que los otros... No obstante, el mozalbete nos dejò bien pronto antes de empezar la revuelta, sin decirnos por què... Yo sentì su partida, ya que alcancè a verle condiciones de lìder, de hombre generador de ideas y de influencias; empero no tuve suerte en convencerle y tomò a la sazòn, el camino de regreso con las mismas energìas conque habìa llegado... Alfredo y Julio sì se quedaron con nosotros y lucharon hasta el final como verdaderos agitadores y combatientes, llevados de la mano por su feroz entusiasmo.
Con el paso de los dìas, el temor de los comunistas, desparramado sin piedad sobre los rostros igualmente desfigurados por la encubierta còlera, comenzò a hacerles perder la preponderancia de su iniciativa... Se afincaba cada vez màs en ellos de manera negativa y deformaba sin obstàculos, el ànimo de confrontaciòn... Ya por entonces, no se escuchaba en el sitio claramente el rumor aplastante de la rebeliòn, sino una especie de razonamiento intranquilo de lo anònimo... Un ruido sordo y asustadizo, que corrìa por los callejones indefenso, sin voz y sin arrojo; y que por lo tanto no llevaba ningùn mensaje peligroso en su corporeidad: " Estàn cagados del miedo", dijo en alguna ocasiòn Alfredo Batista, cuando faltaba poco para dar comienzo al ataque. Y su hermano Julio, como siempre, taimado y calculador, le apoyò: " Si, los tenemos en el barranco, sòlo hay que empujarlos", sentenciò.
Ello era innegable... Por las atolondradas y entonces vacías cabezas de los izquierdistas -anteriormente hirviendo en deseos de remociòn y cambio-, navegaba en el instante y de repente, en el complejo mar de la indecisiòn, el antìdoto que comenzaba a disolver las ideas avasallantes y destructivas que ellos habìan traìdo un dìa cualquiera a la instituciòn... Poco a poco, minuto a minuto, en el olor atrancado y chorreante del claustro, se les fue aplacando el arrebato victorioso de las jornadas de zozobra; y de la nada empezò a surgir el derrotismo que permitiò convertir èse ìmpetu inicial, atemorizador y perverso, en las meras briznas de un incendio titilante que declinaba con las horas.
Entre los èmulos, muchos de ellos se nos hacìan conocidos, al igual que Poltes... Los habìamos visto alguna vez y habìan sido nuestros contertulios en pasadas jornadas. Pero en los momentos que transcurrìan, no recordàbamos sus nombres ni nos atraìa la idea de reconocerles y hablarles... Sòlo veìamos en el fondo de sus desorientados ojos, caminar la angustia y la desolaciòn crecientes; y creìamos entonces reconocer en sus miradas, junto con la erizada alarma que los inmovilizaba, un conjunto de fobias dispersas, sin sentido y vacilantes; a màs del desamparo propio de los que avizoran en lontananza la derrota... Los jòvenes encabezados por los fieros hermanos Batistas, tenìan la orden expresa de apartarse de sus vistas y eludirlos, no tratarlos... Ni mostrarles clemencia ni deseos de reconciliaciòn... Y con el correr de los dìas alcanzamos a apreciar entonces, còmo se dimensionaba en ellos el odio de clase, el resentimiento social, la baja estima y la turbaciòn de su credo polìtico.
Desde un principio, fuerza es decirlo, yo habìa intuìdo de sobra que los grupos tradicionalistas èramos inferiores en nùmero y acogida en la comunidad... Que su lenguaje y su ideologìa, eran menoscabados e impugnados por muchos; y por eso, cuando decidì unir y concientizar a los muchachos en busca del objetivo esperado, vislumbrè de antemano que debìa ante todo, cohesionarlos en la mejor forma posible a fin de que no sintieran el peso històrico del vasallaje de la mayorìa, hasta entonces dominante... Inferì ademàs, que debìa motivarlos con un verbo encendido e histriònico, para darles confianza y disponer luego con ventaja emocional, la bùsqueda del propòsito en ciernes... Y fue asì entonces còmo en aquellos tiempos, el pequeño grupo con el que iniciamos la lucha, se fue haciendo con los dìas ineluctablemente, una masa de nieve creciente que empezó a rodar pendiente abajo, arrastrando en su camino a gente de todos los pelambres e ideas; y en especial, a aquellos a quienes no les agradaban para nada las ideas de los izquierdistas… ¡Pero aceptamos de todo, justo es decirlo! ... No nos paràbamos en pelos... En fin de cuentas… ¿no es acaso la masa una absoluta mezcla de envidias, ambiciones, amores y rencores de todas las calañas?
Poltes no pudo soportar mi ataque... A los pocos días de haber comenzado la labor de zapa, y viendo cómo se le desmoronaba la organización marxista-leninista, de la que hasta èse dìa era su Dios y dueño, me envió en la ocasiòn a Olga, con una escondida y vacilante propuesta de paz que no quise aceptar.
“Con la base no se juega, hombre”, se expresó furiosa a manera de saludo, la bella mujer, homòlogo fatal de Helena de Troya... Sus hermosos ojos claros, grandes y relucientes, le chispeaban y se movían inquietos de un lado al otro en las cuencas... La boca, calada y pequeña, esponjada y provocativa, le vibraba ahora... Y se notaba a leguas que la labor encomendada le producía molestias.
Había regresado a mi, razonè en el segundo,... pero no para ser mía... Antes por el contrario, en el instante, más que nunca, seguía siendo de él, bochornosamente suya y desgarradoramente alejada de mì y de mì corazòn, el cual, bien vale de contera decirlo, latiò vigorosamente al verla.
Al oìrla y observarla estremecida por la pena que le embargaba, nunca como antes sentì entonces su presencia tan intensa y recòndita... Y no pude por lo tanto, evitar dejar salir de mì, desde lo màs hondo de mi corazòn, a èse niño que inevitablemente duerme en todo hombre y que se despierta y gime compungido, cuando en su tristeza encuentra en la pròdiga mujer, el refugio placentero que anhelaba encontrar... No obstante, a los pocos segundos y como caìda del cielo, cuando ya me disponìa a ablandarme, me arropò de golpe una idea insoportable para mì..., un pensamiento nefasto. Y fue èste la imagen de ella como un ser màs fuerte que yo... Fue èsta la percepciòn de una persona màs recia espiritualmente... E igualmente, en el santiamén, brilló luego en el neblinoso firmamento mìo, asimismo de repente, como un armamento supletorio en mi ayuda, una especie de placer demoníaco que clamaba a gritos venganza y que me permitiò acariciar la intenciòn de someterla lo mismo que él... Sin embargo, no pude seguir en el..., no fui capaz... Me dolieron las vìsceras y se me revolvió ìntegro el estomago; y entendí a cabalidad en esos instantes, lo grotesco que somos los seres humanos cuando nos dejamos manipular y dominar por alguien.
“¿Te mandó él, verdad?”, recuerdo que le dije al escucharla, con un amargo sabor en la boca. Y ella, asqueada me respondiò:
“Sí... Me pidió que te dijera que dejes de organizar a la reacción, o que al menos los dejes solos... ¿No sabes acaso que ésa gente cuando se organiza es pura mierda?”
Cargaba unos libros en la mano y se colgaba una mochila de tela en uno de sus hombros. Hablaba de prisa, avergonzada, como queriendo cumplir con la misión asignada y luego irse. Y al parecer no le habìa contado a Poltes nada de lo de la ùltima conversaciòn que habìamos sostenido y por la que nos habìamos alejado; ya que èl insistìa con ella de manera descarada. La mujer sudaba a mares, y las gotas de sudor le corrìan desde los frondosos cabellos hasta la vistosa garganta.
... A nuestro alrededor, la tranquilidad parecía demolerse a pedacitos.
“Dile que no quiero ningún trato -le respondí incòmodo-... Y a ti te doy un consejo: … Es mejor que te pierdas y no te quedes a ver lo que va a pasar”.
Olga hizo un mohín de desagrado en su cara y pretendiò decirme otra cosa, insistir en algo. Pero luego cambiò de idea y me pareciò que entendiò que era inùtil persistir, y que consideraba que lo pasado y vivido era ya inservible. Por lo tanto se alejó contrariada, sin voltear su rostro enrojecido y mojado por la transpiraciòn... Y se perdió alterada por el mismo camino que le había traído antes.
Èsa vez –recuerdo bien-, no tuve deseos de detenerla... La dejé irse simplemente; y mientras se alejaba por el senderito de  grava por el que había aparecido meneando las caderas y sonrièndo de manera forzada, pensé en todo lo que había sentido por ella, y no me  causó en aquel instante penalidad alguna la evocación... Sencillamente la hice a un lado,... sin más... Sin arrepentimiento alguno que me forzara a sentirme malvado...Tenía cosas más importantes en las que pensar.
De seguidas, me concentré casi de inmediato en los muchachos y me olvidè que ella existìa o habìa existido. El grupo quería acción, gestiones. Y los directivos una razón que les justificara lo suficiente como para ordenarle a la policía, que entrara a la academia y acabara con la anarquía que reinaba en esos días en el claustro.
El desorden en esos momentos, se volvìa a sentir y se veía por todos lados; y la rencilla entre los bandos rivales estaba a punto de eclosión al momento de olvidarme de la fugaz apariciòn de Olga. "No hay que esperar màs", me dije entonces, y me dediquè de lleno a preparar lo que faltaba.
Cuàndo di la orden que estaban esperando, la jaurìa se desbocò:
“Ya no más palabras, ahora que hablen los puños y las pistolas”. Dije.
Y entonces el caos se hizo un volcán en erupción.
No hay nada más apasionante que cebar y contener a una manada de perros rabiosos... Se vuelven intranquilos, desesperados y proclives a la sangre... Y cuando uno los suelta y les ordena que vayan tras la presa, se desaforan entonces y muerden todo con una ferocidad indecible… monstruosa.
De èse modo ocurrió con los muchachos en aquel momento, cuando se fueron encima de los comunistas, y los  destrozaron y les hicieron correr despavoridos a golpes de garrote y cortes de navaja, que escindían con saña inaudita... Sin pena ni remordimientos, y motivados por el odio mas irracional: ¡Habían sido liberados los perros de la guerra!, pensè en el santiamèn... ¡Y los lobos que los auxiliarìan!
Antes de entrar la policía, ya había varios cuerpos sin sentido por el suelo y heridos sangrando en el prado, descalabrados en los corredores y muchos lamentándose en las escalas; y cuando ésta entró, haciendo disparos y dando cintarazos, la hoguera crepitó con mayor fuerza… creció brutalmente.
Al finalizar la refriega, la autoridad detuvo a todo el que quedó de pie, y se llevó a las clínicas y hospitales a los lesionados y heridos de alguna gravedad.... Despuès, en las celdas atiborradas y en los saturados dispensarios, comenzó la selección que estaba acordada con las autoridades y los señores de la direcciòn: los izquierdistas quedaron en los calabozos y se les iniciò procesos por el injusto de violencia contra servidor pùblico; y los muchachos salieron de a poco, sin ninguna publicitaciòn, "para no despertar alharacas".
Con los días, Poltes perdió la gente y me imagino que dejó a Olga... Es lo mas seguro, porque nunca màs les volví a ver juntos... Pero el hombre quedó liquidado… eso no lo duden. Esos individuos cuando nadie los oye… se mueren... Quedan sin ideas. Son una especie de cadáveres ambulantes que circulan por ahí, como lombrices insignificantes… Sin que nadie les note.
Lo triste para los muchachos, fue que, posterior a los acontecimientos, ninguno de los directivos se dignò en reconocerles mèrito alguno... Pasamos igualmente al olvido para ellos... Y los tipejos volvieron a ser los mismos de siempre: sujetos arrogantes y displicentes, señores de enhiesto caminar y miradas despreciativas, que medraron en la sociedad que los distinguiò hasta màs no poder.
Eso si, en la oficina del rector, enseguida de los hechos, se entrechocò los vasos de cristal con vehemencia y satisfacciòn; y como nunca antes se deslizò, entre carcajadas y mutuas felicitaciones, el buen whisky las apetitosas viandas.